Baile en Querétaro.
Una de las cosas más atractivas de Querétaro es su intensa actividad cultural. Los gobiernos estatal y municipal, así como algunas instituciones educativas constantemente organizan conferencias, conciertos, talleres infantiles, concursos, recitales, muestras artesanales y gastronómicas. El primer semestre que estuve aquí sin mi familia, iba muy seguido al centro de la ciudad y pude ver o asistir a varias conferencias y conciertos. El único pero al asunto, es que la propaganda para muchos de estos eventos se encuentra en carteles solamente por el centro de la ciudad y resulta difícil enterarse de ellos con anticipación; pero también a veces es bueno descubrirlos al pasear por ahí; tal como me ha pasado con diversos lugares donde se practican los bailes de salón. Me encanta ver bailar, siempre lamentaré el no haber aprendido a hacerlo, pero todavía puedo disfrutar mucho al ver tan armoniosa y estética manifestación artística. Lo he de llevar en la sangre pues supe que mi madre, así de seria o solemne que es hoy, fue una gran bailarina de mambo; ese ritmo cubano que estuvo de moda en todo el mundo a fines del los años cuarenta y principios de los cincuenta. Algún día mi padre me dijo que mi madre bailaba de forma tan graciosa que se hacía un circulo a su alrededor para verla y que incluso la invitaban a bailes en poblaciones cercanas a Cuernavaca, donde ella vivió su adolescencia. Recuerdo que en mi infancia, algunas tardes de sábado, vi en la televisión junto con mi madre y hermanos, aquel programa llamado Bailando con Vanart. El concurso era conducido por una pareja de baile, Josefina y Joaquín y me imagino que los premios no eran ni grandes cantidades de dinero, ni hacer un sueño posible, sino solamente algunas botellas de shampoo. También por muchos años disfruté las funciones de baile de la Semana de la Cultura en el Campus Ciudad de México. Ahí el atractivo era mayor al ver en el escenario no solamente buen baile, sino protagonizado por estudiantes y amigos.
Pues ya desde hace un año había visto al pasear por el centro, que los jueves en el jardín Zenea hay lo que llaman las autoridades municipales un concierto de piano, pero que en realidad es un baile. Junto al kiosco colocan un órgano electrónico con grandes bocinas, ahí toca diferentes melodías por casi dos horas el maestro Sergio Vázquez Bacconnier. Colocan también en un semicírculo casi un centenar de sillas plegables, donde la gente más que sentarse a escuchar el concierto, espera la música apropiada para levantarse a bailar u observa las evoluciones los bailarines. Son personas de sesenta años o más las que al parecer cada jueves se reúnen en el lugar para disfrutar de un par de horas de baile. La última vez que estuve ahí pude ver que muchos de los asistentes se saludan con gran familiaridad; incluso vi a una señorita con una canasta llena de bolsas con churros y al acercarme a comprar un par de bolsitas, la vendedora le decía a un señor en silla de ruedas el precio de su mercancía, pero le aclaraba que su hija le había advertido que no podía comer churros. Así que son todos, bailarines, observadores, músico y vendedores como una gran familia. Se baila danzón, paso doble, bossa nova, boleros y muchos otros ritmos. Me llamó la atención un señor de casi setenta años, quien no sólo bailaba constantemente sino que iba vestido como galán de música tropical de los años cincuenta, cadenas de oro al cuello, lentes oscuros, cachucha blanca y la camisa abierta casi hasta el ombligo, así sin inhibiciones. Por ahí había otro incasable bailarín con un elegante traje verde oscuro y un sombrero cordobés.
Otro día paseando por la ciudad, decidí visitar uno de mis lugares favoritos, la vieja estación del tren. El edificio, es pequeño, definitivamente porfiriano y situado no lejos del centro de la ciudad en un barrio hoy un poco oculto, lejos del tráfico y las grandes avenidas. Desde el 2002 no hay ya servicio de tren de pasajeros entre Querétaro y la ciudad de México, de hecho por unos años se hizo un esfuerzo por revivir el flujo de personas que ya prefería el autobús, con una ferrocarril turístico llamado El Constituyente, pero que después de un tiempo cerró. Siguen corriendo trenes de carga a diario, pero ninguno se detiene en la vieja estación. Yo sabía ya que el hermoso edificio de piedra era un centro cultural donde había funciones de teatro, curso de pintura, ajedrez y conferencias, pero descubrí que también los sábados por la tarde el antiguo andén se convierte en una gran pista de baile. Justo frente a las vías, en la parte posterior de la estación se instala un señor con un aparato de sonido y por varias horas toca música de diferentes ritmos. El día del descubrimiento, había casi un centenar de personas bailando. En este lugar los bailarines no eran de una edad tan avanzada como en el jardín Zenea, incluso por ahí vi parejas de veinte o veinticinco años de edad. No pude quedarme mucho tiempo a observar el baile ya que ese día iba acompañado de mis impacientes hijas. Pues si el lugar me gustaba ya mucho, ahora que lo conozco convertido en un gran salón de baile a la manera del legendario California Dancing Club, me gusta todavía más. También en el llamado Jardín del arte, en pleno centro de la ciudad y a espaldas de Museo Regional, un día a la semana hay clases de danzón. No recuerdo bien que día, pero también en un paseo vespertino vi a varias parejas vestidas de blanco aprendiendo este baile tan rítmico y elegante. Seguramente visitaba yo la tortería Nico, que con su especialidad de tortas de milanesa se encuentra justo frente a este jardín. Un trabajador del municipio me dijo que en la pequeña plaza a un costado del hermoso templo de Santa Rosa de Viterbo, hay también una tarde de baile semanalmente. No me ha tocado estar presente en este otro lugar en día de baile, pero me imagino que es muy parecido al del jardín Zenea. Bueno, pues si algún día me decido a aprender o bailo aunque no lo haga bien, no voy a tener pretexto alguno, pues hay suficientes y variados lugares donde hacerlo.
Una de las cosas más atractivas de Querétaro es su intensa actividad cultural. Los gobiernos estatal y municipal, así como algunas instituciones educativas constantemente organizan conferencias, conciertos, talleres infantiles, concursos, recitales, muestras artesanales y gastronómicas. El primer semestre que estuve aquí sin mi familia, iba muy seguido al centro de la ciudad y pude ver o asistir a varias conferencias y conciertos. El único pero al asunto, es que la propaganda para muchos de estos eventos se encuentra en carteles solamente por el centro de la ciudad y resulta difícil enterarse de ellos con anticipación; pero también a veces es bueno descubrirlos al pasear por ahí; tal como me ha pasado con diversos lugares donde se practican los bailes de salón. Me encanta ver bailar, siempre lamentaré el no haber aprendido a hacerlo, pero todavía puedo disfrutar mucho al ver tan armoniosa y estética manifestación artística. Lo he de llevar en la sangre pues supe que mi madre, así de seria o solemne que es hoy, fue una gran bailarina de mambo; ese ritmo cubano que estuvo de moda en todo el mundo a fines del los años cuarenta y principios de los cincuenta. Algún día mi padre me dijo que mi madre bailaba de forma tan graciosa que se hacía un circulo a su alrededor para verla y que incluso la invitaban a bailes en poblaciones cercanas a Cuernavaca, donde ella vivió su adolescencia. Recuerdo que en mi infancia, algunas tardes de sábado, vi en la televisión junto con mi madre y hermanos, aquel programa llamado Bailando con Vanart. El concurso era conducido por una pareja de baile, Josefina y Joaquín y me imagino que los premios no eran ni grandes cantidades de dinero, ni hacer un sueño posible, sino solamente algunas botellas de shampoo. También por muchos años disfruté las funciones de baile de la Semana de la Cultura en el Campus Ciudad de México. Ahí el atractivo era mayor al ver en el escenario no solamente buen baile, sino protagonizado por estudiantes y amigos.
Pues ya desde hace un año había visto al pasear por el centro, que los jueves en el jardín Zenea hay lo que llaman las autoridades municipales un concierto de piano, pero que en realidad es un baile. Junto al kiosco colocan un órgano electrónico con grandes bocinas, ahí toca diferentes melodías por casi dos horas el maestro Sergio Vázquez Bacconnier. Colocan también en un semicírculo casi un centenar de sillas plegables, donde la gente más que sentarse a escuchar el concierto, espera la música apropiada para levantarse a bailar u observa las evoluciones los bailarines. Son personas de sesenta años o más las que al parecer cada jueves se reúnen en el lugar para disfrutar de un par de horas de baile. La última vez que estuve ahí pude ver que muchos de los asistentes se saludan con gran familiaridad; incluso vi a una señorita con una canasta llena de bolsas con churros y al acercarme a comprar un par de bolsitas, la vendedora le decía a un señor en silla de ruedas el precio de su mercancía, pero le aclaraba que su hija le había advertido que no podía comer churros. Así que son todos, bailarines, observadores, músico y vendedores como una gran familia. Se baila danzón, paso doble, bossa nova, boleros y muchos otros ritmos. Me llamó la atención un señor de casi setenta años, quien no sólo bailaba constantemente sino que iba vestido como galán de música tropical de los años cincuenta, cadenas de oro al cuello, lentes oscuros, cachucha blanca y la camisa abierta casi hasta el ombligo, así sin inhibiciones. Por ahí había otro incasable bailarín con un elegante traje verde oscuro y un sombrero cordobés.
Otro día paseando por la ciudad, decidí visitar uno de mis lugares favoritos, la vieja estación del tren. El edificio, es pequeño, definitivamente porfiriano y situado no lejos del centro de la ciudad en un barrio hoy un poco oculto, lejos del tráfico y las grandes avenidas. Desde el 2002 no hay ya servicio de tren de pasajeros entre Querétaro y la ciudad de México, de hecho por unos años se hizo un esfuerzo por revivir el flujo de personas que ya prefería el autobús, con una ferrocarril turístico llamado El Constituyente, pero que después de un tiempo cerró. Siguen corriendo trenes de carga a diario, pero ninguno se detiene en la vieja estación. Yo sabía ya que el hermoso edificio de piedra era un centro cultural donde había funciones de teatro, curso de pintura, ajedrez y conferencias, pero descubrí que también los sábados por la tarde el antiguo andén se convierte en una gran pista de baile. Justo frente a las vías, en la parte posterior de la estación se instala un señor con un aparato de sonido y por varias horas toca música de diferentes ritmos. El día del descubrimiento, había casi un centenar de personas bailando. En este lugar los bailarines no eran de una edad tan avanzada como en el jardín Zenea, incluso por ahí vi parejas de veinte o veinticinco años de edad. No pude quedarme mucho tiempo a observar el baile ya que ese día iba acompañado de mis impacientes hijas. Pues si el lugar me gustaba ya mucho, ahora que lo conozco convertido en un gran salón de baile a la manera del legendario California Dancing Club, me gusta todavía más. También en el llamado Jardín del arte, en pleno centro de la ciudad y a espaldas de Museo Regional, un día a la semana hay clases de danzón. No recuerdo bien que día, pero también en un paseo vespertino vi a varias parejas vestidas de blanco aprendiendo este baile tan rítmico y elegante. Seguramente visitaba yo la tortería Nico, que con su especialidad de tortas de milanesa se encuentra justo frente a este jardín. Un trabajador del municipio me dijo que en la pequeña plaza a un costado del hermoso templo de Santa Rosa de Viterbo, hay también una tarde de baile semanalmente. No me ha tocado estar presente en este otro lugar en día de baile, pero me imagino que es muy parecido al del jardín Zenea. Bueno, pues si algún día me decido a aprender o bailo aunque no lo haga bien, no voy a tener pretexto alguno, pues hay suficientes y variados lugares donde hacerlo.
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