domingo, 7 de diciembre de 2008

Tacólicos anónimos.
















Los Gusanos drive-in.
Una de mis declaradas pasiones son los tacos, por años me he confesado tacólico incurable. Me encanta prácticamente la amplísima variedad de tacos que existe en México: de canasta, de cabeza, de fritangas, de guisado, de carnitas, de pastor, al vapor, flautas, a la parrilla y obviamente todo tipo de alimento dentro de una tortilla. Por suerte mis hijas comparten mi afición, las he formado bien y siento orgullo de ello. Mi esposa sí come tacos, pero no en cualquier lugar ni de cualquier tipo, pero de alguna manera siento que aquí en Querétaro se ha vuelto más tolerante. Cuando vivíamos en la ciudad de México a veces comía tacos de los que yo llevaba a nuestro hogar, pero ahora no sólo manifiesta su gusto por ellos, sino incluso ella los compra y los lleva a casa. Estrella tiene ya sus lugares favoritos y conoce algunos lugares a los que no he podido asistir y me los recomienda. Bendito Querétaro que operó tan benéfico cambio en ella.
Por esto días los tacos favoritos de mi esposa e hijas (yo no prefiero taquería alguna, sino disfruto la variedad) son los de un lugar llamado Los Gusanos. Este establecimiento se encontraba hasta hace como un año y medio a un costado de la calle donde inicia la subida al exclusivo fraccionamiento El Campanario. Eran dos locales que expendían casi lo mismo. Entiendo que ambos negocios surgieron de la división de una taquería original. Me imagino que con motivo de las obras viales que ahora ahí se realizan, ambos establecimientos se tuvieron que mudar. Uno de ellos conocido como el Tacotorro, quedó en un local casi frente al lugar que antes ocupaban, pero Los Gusanos se mudaron muy cerca de la avenida Hércules, a unos cien metros del Seminario Conciliar. Los gusanos son tacos en tortilla de harina con carne de pastor y queso, aderezados con cebollas fritas en la misma grasa de la carne. Ofrecen también, tacos al pastor, de bistec, chicharrón de queso relleno de carne al pastor, volcanes (tostadas con carne al pastor) y quesadillas. El lugar es uno de estos puestos metálicos que se instalan en las calles o banquetas de todo el país y tiene capacidad para apenas unos seis o siete comensales sentados en su perímetro. Es por eso que Los Gusanos astutamente se han convertido en un drive-in, es decir se estaciona uno cerca del establecimiento y el servicio se lleva a su auto, sin necesidad de esperar un asiento o de exponerse a los fríos vientos nocturnos queretanos. Los drive-ins surgieron y se popularizaron allá por los años cincuenta del siglo pasado como parte de la cultura automovilística norteamericana. El automóvil se había convertido en un elemento indispensable en la sociedad de nuestros vecinos del norte y se trataba de utilizarlo plenamente. Se popularizaron las casas móviles, aparecieron los auto-cinemas o drive-in movies y los moteles (motor-hotel) lugares que ofrecían alojamiento a motoristas y les daban acceso casi directo del automóvil a la habitación. También los restaurantes drive-in o drive- thru; en el primero se ordenaba y comía estacionado cerca del establecimiento y en el segundo se pasaba por el lugar y se ordenaba comida para llevar. Aunque seguramente los hubo en mayor número, recuerdo el servicio drive-in en dos restaurantes de hamburguesas (Tomboy) en la ciudad de México; uno estaba frente el Parque Hundido y funcionó hasta hace unos 20 años y el otro también en avenida Insurgentes, pero por San Ángel.
En Los Gusanos cuentan con unas pequeñas charolas de aluminio que se atoran en la ventanilla del conductor y ahí colocan, un salero, un servilletero y un recipiente con limones, cebolla picada, salsas roja y verde. El servicio es bueno y rápido; recuerdo que ya lo tenían desde sus días al pie del Campanario. El lugar no tiene la sofisticación o aire de modernidad del Tomboy o de los restaurantes de este tipo en los años cincuenta y sesenta, pero es una ingeniosa solución que permite a tacólicos disfrutar de magníficos tacos en la comodidad de sus autos; en mi caso en el familiar, pequeño y confortable espacio de mi vocho El Diablo.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

La última y nos vamos.
















Heroicas cantinas.
Tiene ya casi mes y medio que mis hijas empezaron a formar parte de un grupo juvenil católico llamado Cadena. Una magnífica estudiante, Susana Tort, me lo recomendó ampliamente y pensé que sería una buena idea mandar a mis hijas para que desarrollaran independencia y confianza; inicialmente no fueron muy convencidas, pero al parecer ya les gusta. Me llama la atención y me complace el hecho de que a pesar de ser muy jóvenes todas ellas, se hacen cargo casi por completo de sus asuntos, poco o nada piden a los padres. Se reúnen cada sábado desde las 11 ó 12 del día y terminan sus juegos y actividades a las 7 de la noche, se trasladan a una iglesia cercana y escuchan misa. Al final de la celebración paso por Ana Violeta y Daniela, las encuentro cansadas, hambrientas y muy contentas. Aunque comen bien a lo largo del día, tienen hambre, lo cual encuentro ideal, pues si les propongo ir por tacos o cualquier otra cosa para cenar, de inmediato aceptan. Además mi esposa y yo tenemos casi todo el día libre. Ya me lo decía Susana cuando me recomendó Cadena, que los padres quedaban muy felices con su libertad de séptimo día.
En días pasados visité dos conocidas cantinas de la ciudad de Querétaro, El Gene y Chava Invita. Ambos establecimientos se encuentran a unos cien metros de distancia en la calle Héroe de Nacozari (Jesús García, héroe ferrocarrilero), ambas cruzando la calle de la estación del tren. Estuve ahí un sábado por la tarde con la intención de conocerlas y ver un partido de fútbol, medio tiempo en una y la parte complementaria en la otra. Ambos lugares tiene cierto renombre, ante todo por su antigüedad de cerca de medio siglo. La hora de más afluencia en las cantinas es la de la comida, y yo llegue ya casi a las cinco de la tarde, por lo que no era mucha su clientela.
Visité primero El Gene, forma corta del apodo de su dueño, Felipe Morales, “El general”. Había en el lugar cerca de siete u ocho parroquianos, todos platicaban con gran familiaridad, como amigos de años, hablaban de futbol y sobre otras personas que al parecer todos conocían. En una mesa estaba sentado el Gene y dos de sus hijos atendían la barra. A un mesero le pedí una cuba campechana y me ofreció de botana un caldo de camarón, pero no lo acepté, pues recién había comido El lugar debe tener unas diez mesas y como cinco asientos en su barra. No tiene sinfonola o rockola, pero en una esquina tras la barra hay un aparato de sonido que toca música ranchera en un volumen no muy alto, por lo que se puede platicar sin levantar la voz. En la otra esquina tras la barra hay una pantalla de televisión y muy cerca de la puerta una más. En una de las paredes hay una fotografía del Gene, ya hace unas décadas, frente a los barriles de la pulquería El Borrego, que es uno de los lugares donde trabajó de mesero antes de hacerse de su propia cantina en 1963. Bajo el retrato hay un modelo de una máquina del tren hecho de madera y alambre, quizá regalo de algún cliente ferrocarrilero. Hay también un gran letrero con la lista de las bebidas, sus respectivos precios y en el mismo se dice que ahí se hacen las mejores micheladas. Quise comprobar lo anterior, mi segundo trago fue una michelada, pero poco puedo opinar, pues la cerveza me gusta solamente cuando hace mucho calor y casi nunca la bebo preparada. También me sirvieron cacahuates, pero me llamó la atención que no eran los típicos cacahuates salados, sino a la manera que los venden en Oaxaca, con largos chiles rojos y ajos secos. Ya para cuando el partido dio inicio sólo quedábamos unos cuatro clientes y las conversaciones cesaron para ser sustituidas por comentarios de lo ocurrido en la cancha. Un curioso letrero cuelga tras la barra pues declara: “Este establecimiento cuenta con máquina registradora de comprobación fiscal, solicite su comprobante. SHCP”. Jamás se me hubiera ocurrido deducir en la declaración de impuestos mis cuentas de cantina, pero me imagino que hay personas que lo pueden hacer. Al final del primer tiempo pedí la cuenta y me retiré. Antes de entrar a la siguiente cantina pasé a la estación del tren a ver por unos momentos el baile que ahí se celebra cada sábado de cinco a ocho. Por suerte al momento de mi visita se bailaba un cha-cha-cha, pues no sólo me gusta la música, disfruto también ver como lo bailan los expertos.
Chava Invita es casi del doble del tamaño del Gene; al llegar estaban ocupadas unas seis o siete de sus mesas. La barra es muy larga y tras de ella una amplia variedad de bebidas de todos tipos. Sus paredes están decoradas con fotografías de artistas mexicanos de antaño o antiguos edificios y calles de la ciudad de Querétaro. Hay también colgados varios tapices. Uno de ellos es igual a uno que recuerdo colgaba en la pared de un restaurante de comida árabe en la ciudad de México, al cual me llevaba mi tía cuando era niño. En el tapiz dos o tres jinetes escapan a todo galope luego de raptar a una hermosa muchacha, todo en un entorno como de Las mil y una noches. Casi a la entrada hay una gran sinfonola, esta vez no me acerque a ver la variedad musical que ofrecía, pero pude oír varias canciones rancheras. Observé que en un extremo de la barra está una maquina que sirve cerveza de barril, lo cual he visto en pocas cantinas de Querétaro. Pedí una cuba campechana al mesero y acepté el platillo inicial de la botana, un caldo de pollo. Vaya que lo disfruté; con papa, calabacitas y además menudencias de pollo: molleja, corazón e hígado. Cerré el consumo de esa tarde con un anís dulce que disfrute hasta el final del mal partido de fútbol, terminó empatado a cero. Que maravilla es esto de Cadena, gracias Susy. Tuve tiempo de pasar un momento a la casa y luego me fui por mis hijas a la iglesia, con la esperanza de llegar a la hora del “podéis ir en paz, la misa ha terminado”.