jueves, 25 de diciembre de 2014

Riqueza cultural concentrada.

















Portales.

Los mercados son uno de los lugares que más disfruto visitar, me gusta ver la diversidad de objetos que venden, trato también de probar los alimentos que ofrecen; disfruto por igual cada visita, no sólo la primera. Además del Centro Histórico, uno de mis lugares favoritos en la ciudad de México es el mercado de Portales. Lo he visitado muchas veces, lo mismo por el mero placer de hacerlo, que para comprar algo que necesito. El barrio es popular y ahí vivieron mis padres y mi hermano, algunos meses antes de mi nacimiento. Su mercado como muchos otros en el país, es más que un gran espacio techado con puestos diversos, es toda una zona comercial que se extiende por varias calles. Portales es uno de los mercados más grandes en la ciudad, venden ropa, todo tipo de utensilios domésticos, cosméticos, frutas, verduras, abarrotes, artículos y comida para mascotas, carne, condimentos, pescados y mariscos, flores, dulces y ornamentación. Estuve ahí precisamente para comprar un mole especial que venden molido con camarón para preparar romeritos. Pero además de todo, esto es más conocido por los puestos de comida; hay lugares que ofrecen, mariscos, barbacoa, carnitas, fruta preparada, comidas corridas, ingredientes para tostadas, pasteles y postres. He probado apenas medio de su gigantesco cocktail de mariscos Vuelve a la Vida, me sigo preguntando si existe el ser humano que se acabe uno completo. Hay también un par de puestos que venden todos los ingredientes de la comida oaxaqueña, quesillo, tasajo, chocolate, chapulines, carne enchilada, chiles de agua, pescado seco, mezcal, chorizo, tlayudas o pan. Portales es también conocido y muy visitado porque en el área hay muchos comercios que ofrecen materiales eléctricos, de plomería y todo tipo de herramientas. Muchos fines de semana lo visité para buscar lo necesario para hacer instalaciones o reparaciones en mi hogar; tubos, llaves, cable, empaques, fusibles, contactos, sockets, cinceles. Me gusta también recorrerlo los domingos, porque en una de sus calles hay muchos puestos que venden objetos usados. Decenas de hombres recorren a diario las calles empujando pequeños carros de dos ruedas, los habitantes de la ciudad saben muy bien que a ellos pueden venderles todos los objetos o artículos para los cuales ya no tiene un uso, son viejos u obsoletos. Todo eso que recolectan durante la semana, lo ofrecen los domingos en Portales. Aparatos eléctricos y electrónicos, libros, ropa, muebles, ornamentación, herramientas, calzado y muchas cosas más. Ahí he encontrado música y magníficos libros a muy buen precio y aunque no compro otro tipo de objetos, de todas maneras disfruto ver todo lo que se ofrece y preguntar los precios. Me produce una sensación especial el ver que muchos de los objetos de mi infancia y juventud son ahora consideradas antigüedades y que mis hijas o los jóvenes desconocen su existencia o funcionamiento. El mercado de Portales tiene muchos atractivos y una larga visita es algo entretenido, deliciosa y casi siempre de gran utilidad. 

lunes, 8 de diciembre de 2014

En la variedad está el gusto.













Café Breton
La auténtica comida mexicana es muy variada, aunque son apenas algunos cuantos platillos los que nos representan internacionalmente y son muy conocidos (mole, enchiladas, tamales, tacos), pero hay mucho más de lo que parece dentro de la diversidad de variadas cocinas regionales. Hace algunos cincuenta o sesenta años era necesario viajar por la república para conocer y probar los ingredientes o platillos de las muchas cocinas locales. Hoy en día por fortuna ya podemos encontrar en las principales ciudades del país, restaurantes que ofrecen comida muy buena lo mismo de Yucatán, que de Oaxaca, Michoacán, Guerrero o la Huasteca. El mundo moderno nos permite desarrollar nuestras aficiones con mayor facilidad y menor costo. Igual, hace medio siglo los aficionados al cine tenían que estar muy pendientes que en algún cineclub o en el cine Bella Época fueran a exhibir alguna película clásica, pues no había ni vídeos VHS, ni DVDs para verlas cómodamente en casa. Se podía leer o platicar de un director o una película, sin tener la oportunidad de ver esa obra quizá en años. Lo mismo sucede con los melómanos, hoy en día es relativamente fácil conseguir cualquier grabación hecha en el último siglo y tenerla en casa para escucharla en cualquier momento.

Esta nueva facilidad para disfrutar lo que se gusta, va incluso más allá, al poder escuchar, ver y probar cosas que uno no conocía o esperaba conocer. Tal es el caso aquí en Querétaro con el Café Breton. Sabía de la península de Bretaña en el noroeste de Francia; en sus costas fue el desembarco aliado en el famoso Día D y es precisamente ahí que se encuentra la aldea de Asterix el galo.  Ignoro que tanto la cocina de esta región se asemeja o coincide con aquellos platillos que aquí en México identificamos como franceses y de nunca haber pensado en probar esa cocina regional francesa, ahora puedo conocerla y degustarla. Este café se encuentra en el andador Libertad número 82, en el extremo arriba de la Plaza de Armas. El lugar es pequeño y decorado de forma sencilla y con buen gusto, es ideal para desayunar los fines de semana, pero hay que llegar temprano pues hay pocas mesas. Lo mejor del Café Bretón es su panadería; hay gran variedad de panes dulces y salados, algunos excepcionales. Hay buen café y diversos jugos también. Los platillos fuertes son casi todos de la cocina bretona, cremas, sopas, ensaladas, quiches, omelettes, huevos, baguettes.  Puedes llevar a tu perro, pues hay un espacio especial en el exterior para que amarres a tu mejor amigo en lo que comes. Pon en tu mapa a la península bretona y ve a probar su particular cocina, está abierto de las ocho de la mañana a las cinco de la tarde. 

lunes, 17 de noviembre de 2014

El esplendor gastronómico del sur.








Tikua

Alguna vez que José Vasconcelos viajaba por México, a su paso por la invisible frontera entre Mesoamérica y Aridoamérica se atrevió a escribir "Donde termina el guiso y empieza a comerse la carne asada, comienza la barbarie". El resto de su vida el Ulises Criollo enfrentó a infinidad de norteños, que imagino que más que reclamarle el menosprecio de su cocina, se ofendieron por el término barbarie aplicado a su región. Me encantan la carne asada, la machaca, los mariscos peninsulares, los magníficos dulces de leche y otros platillos norteños, pero es un hecho que en el sur del país la variedad de ingredientes y complejidad en los procesos para cocinar es mayor.  Es quizá por esto que un restaurante que ofrece platillos de Chiapas, Oaxaca y la península de Yucatán debiera ser muy bueno. En la ciudad de Querétaro, en la calle de Allende, justo frente al hermoso y elegante templo de San Agustín se encuentra el restaurante Tikua, que ofrece comida del sur y  el este de México. Mucho antes de probar su comida llama la atención la hermosa construcción en la que se encuentra. Debió haber sido una señorial casa de quizá fines del siglo XIX, con amplias habitaciones de altos techos y un hermoso patio. Hay mesas en los espacios interiores y exteriores. En mi visita más reciente pude ver un nuevo mural en una pared del patio  que me recordó a las mujeres de Eduardo Cataño en los calendarios de los años cuarenta y cincuenta. El lugar abre desde temprano y ofrece desayunos con gran variedad de huevos, omelettes, chilaquiles, enchiladas y muy buenos tamales. Para la comida y cena hay un gran número de ricos platillos de las diferentes comidas sureñas, así como variedad de cervezas y otras bebidas regionales. Se ofrecen sopas, hongos, chapulines, cochinita, escamoles, panuchos, moles, tlayudas, horchata, café, chocolate, mezcal, pozol, taxcalate, tejate y otros platillos de la riqueza gastronómica sureña. Tikua puede ser el inolvidable remate a un paseo por el hermoso centro de la ciudad, que de manera casi mágica se extienda a las tierras del sureste de México.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Recuerdos de un mundo sin televisión.









La Castellana
Hace algunas semanas, mi amigo y colega Eduardo Reyes y un servidor, visitamos por primera vez una nueva cantina, nueva para nosotros; disfrutamos mucho comer bien, beber un poco y respirar ese ambiente de cordialidad y felicidad que hay en este tipo de establecimientos.  Hemos podido visitar unas cuantas, pero tratamos de conocer otras más. La Castellana está en el viejo barrio de San Juan de la ciudad de México, en la histórica calle de Ayuntamiento, justo en la esquina poniente de la cuadra que aloja la famosa e importante estación de Radio XEW.  Hoy en día ya la radio ha perdido mucha fuerza ante la televisión primero y ahora ante el internet, pero fueron muchas las décadas que fue el medio masivo más importante en México y el mundo. La XEW inició sus transmisiones en el año de 1930 y fue una de las estaciones más importantes no sólo de México, también de Latinoamérica, pues transmitía con tal potencia que alcanzaba a ser escuchada en buena parte del continente, “XEW la voz de la América Latina desde México”. Durante mi infancia (en los años sesenta) ya había televisión, pero los aparatos de este novedoso medio fallaban a menudo y su compostura no era barata ni sencilla. En casa, a mi madre y padre seguramente no les gustaba que pasáramos tanto tiempo frente a la televisión, así que cuando se descomponía, podían pasar años para que repararan el aparato o compraran otro. Así que buena parte de mi infancia la pasé sin televisión. Todavía recuerdo como era casi un trauma que mis amigos en la primaria decían que jugáramos a lo de algún programa de televisión del momento y yo jugaba pretendiendo que lo conocía o lo había visto, sin confesar que en casa no había televisión. Mi padre llevaba a casa libros infantiles para tratar de aficionarnos a la lectura, La isla del tesoro, El libro de las tierras vírgenes, Viaje al centro de la tierra, 20000 leguas de viaje submarino, Las aventuras de Tom Sawyer, Corazón diario de un niño… Por su parte, mi madre nos ponía a escuchar la radio, pues ella había crecido así y con la XEW precisamente. Me imagino que dediqué mucho más tiempo a escuchar la XEW que a leer. Horas sin fin escuchando el risámetro,  el cochinito, el programa de aficionados, la música de Cri crí, Chucho el Roto, Ahí viene Felipe Reyes y los domingos en la noche La Hora Nacional. La XEW no es ya ni la sombra de aquello que fue para los mexicanos y latinoamericanos, pero todavía fue algo significativo pasar frente a sus puertas en la calle de Ayuntamiento.


Lo primero que atrae hacia La Castellana es el número de platillos que tienen como botana, 10.  Los viernes sus alimentos son pescado y mariscos. Ofrecen una gran variedad de bebidas bien servidas, desgraciadamente el día que la visitamos en la puerta había un letrero que solicitaba mesera; una vez dentro advertimos que la falta de esa persona hacía el servicio malo y tardado. Pero uno en la cantina no debe llevar prisa, ni para comer, ni para beber y así prolongar la estancia y el disfrute. Como en muchas otras cantinas, al mediodía hay música en vivo, un grupo de cuatro integrantes tocaba en un rincón música pop de los años sesentas y setentas. Llamó mi atención el hecho que varias familias con infantes llegaran a comer al lugar; me imagino que desde que permitieron la entrada a mujeres a las cantinas, también se permitió el ingreso de niños. La Castellana es la única cantina donde he visto que en las televisiones sintonicen el Disney Channel en lugar del fútbol o canales con música, el ambiente los sábados es sin duda muy familiar. Pues si algún día visitas el viejo barrio de San Juan, además de su mercado, la iglesia del Buen Tono, sus ferreterías, sus vinaterías, sus pulquerías, la XEW; puedes también visitar La Castellana para descansar, comer y beber plácidamente.   

sábado, 6 de septiembre de 2014

El dulce sabor a pasado.









Evocadora dulcería.
Hace aproximadamente un mes que abrió en la ciudad de Querétaro una nueva, original y bien surtida dulcería. Se llama México Dulce y Querido y está en la calle de Madero, frente al templo de Santa Clara. El local es de tamaño regular y exhibe una gran variedad de dulces en hermosos y coloridos muebles. Quizá lo que hace este lugar tan original es el hecho que la mayor parte de los dulces que se ofrecen son los que, aquellos de más de cuarenta años de edad, conocimos en nuestra infancia; algunos que pensamos que ya no se hacían o se vendían. Frutas cristalizadas, obleas, palanquetas, jamoncillos de pepita, cueritos, ates, muéganos, rollos de guayaba, chocolates, botellitas de azúcar, lagrimitas, pirulís, paletas, gomitas, chocolate para prepararse con leche en barra o en polvo, cacahuates y otras semillas, tamarindos, cocadas, borrachitos, e incluso algunos licores, rompope y mermeladas.

La primera vez que visité el lugar me recordó mucho los dulces que cuando era infante se vendían en el antiguo y tradicional mercado Ampudia, a un par de cuadras del mercado de la Merced, en la ciudad de México. Ese mercado, que me imagino tomó su nombre del edificio en el que estaba, ofrecía cientos de dulces en pequeños locales en la planta baja del edificio; eran, hace unos cincuenta años, dulces sin marca o envoltura que detallara los ingredientes o contenido de los mismos. Las toneladas de golosinas que ahí vendían, se revendían en pequeñas tiendas de barrio o en cooperativas escolares de las escuelas primarias y secundarias de la ciudad. Aunque se ha incendiado varias veces, el Mercado Ampudia sobrevive y estoy seguro que sigue siendo el paraíso para los niños golosos que tienen la suerte de visitarlo.

En México Dulce y Querido faltan los tradicionales caramelos de la dulcería La Giralda; sus peras de anis o hierbabuena y sus caramelos rellenos que se venden a granel. Podrían también tener los magníficos licores de El Queretano, en lugar de los de Michoacán que ofrecen. Sería ideal que también vendieran los magníficos buñuelos de Santa Rosa Jáuregui, pero bueno, lo que ya ofrecen es abrumador, delicioso y evocador de otros tiempos. Además de los variados dulces también ofrecen algunas hermosas y originales artesanías populares. No dejen de hacer este viaje al dulce pasado de nuestro país o lleven a sus hijos a ver las golosinas de nuestros tiempos, antes de Lucas, Miguelito, Pelones, Vero, De la Rosa o Ricolino. 

viernes, 18 de julio de 2014

Chinatown chilango











El callejón de Dolores y su deliciosa comida
Uno de los más importantes grupos de inmigrantes en México es el de los chinos; han llegado de forma constante en números no muy grandes desde el siglo XIX. Hay mención de esclavos chinos durante la época colonial, pero con seguridad la mayoría de ellos no lo eran, pues en esa época se le llamaba chino a cualquier persona de rasgos orientales, ya fueran filipinos, coreanos, malayos o indochinos; incluso el barco que traía a dichos esclavos era conocido como la nao de China, aunque venía de Manila, en la Filipinas. Se ha registrado también la llegada y venta de trabajadores “chinos” a las plantaciones de henequén yucatecas en el Porfiriato, aunque procedieran de Corea.
Los chinos, como muchos otros pueblos asiáticos, tienen una rica cultura sin duda muy diferente a la de los mexicanos u otros países. Es precisamente por esto, que pienso que a muchos de los lugares a los que emigran les resulta difícil integrarse a la sociedad local y permanecen en comunidades aisladas o separadas por mucho tiempo. En México hay todavía comunidades chinas por todo el país, sobre todo en ciudades cercanas al océano Pacífico. Los hay en Acapulco, en Comitán, pero sobre todo en los estados del noroeste mexicano. Fue a lo largo del siglo XIX que se dieron las principales migraciones de chinos a Sinaloa, Sonora, Chihuahua y Baja California. Probablemente los chinos que llegaron a esta región no venían directamente de Asia, sino que fueron expulsados de la California norteamericana, luego que los usaron como mano de obra barata para construir las líneas del ferrocarril y las nuevas ciudades de la región. Todavía el noroeste mexicano tiene como característica un gran número de restaurantes de comida china, algo parecido al caso de los llamados tacos árabes, que son ya considerados parte de la gastronomía poblana.
Son los chinos también un vergonzoso caso de discriminación racial en nuestro país. Hay mexicanos que siguen negando que somos racistas, no es suficiente el desprecio por los indígenas a lo largo de la historia y hoy por las personas de piel oscura. Pues también los chinos sufrieron de este prejuicio mexicano. En algunas ciudades del noroeste los chinos tenían pequeñas comunidades, como ya se dijo, separadas y por lo tanto fáciles de identificar o señalar. Ellos se distinguían obviamente por su fisonomía, pero también por tener una parte importante en la economía de algunas ciudades: lavanderías, restaurantes, pequeños comercios y sobre todo el cultivo y venta de vegetales y frutos. Ante la ignorancia de las costumbres chinas y un recelo ante ellos por su importante papel económico, muy pronto surgieron grupos que rechazaban e incluso atacaban a las comunidades chinas. Se les acusaba de encarecedores, de poco higiénicos, de tener y transmitir enfermedades. En el programa del Partido Liberal Mexicano del año de 1906, hay ya la propuesta de que se prohíba la inmigración china. El rechazo a los chinos llegó a ser tan grande que una vez que se desencadenó la violencia en la Revolución, algunos aprovecharon para saquear sus establecimientos e incluso matar a cientos de ellos. Tal fue el caso de la toma de Torreón en 1911. Incluso Álvaro Obregón, sonorense y presidente del país de 1920 a 1924, prohibió a los chinos casarse con mexicanas, vender comida, comer junto a mexicanos y tener cargo público alguno. Plutarco Elías Calles otro sonorense y sucesor de Obregón en la presidencia, igualmente permitió acciones contra las comunidades chinas por todo el país. Hoy en día la migración china continúa, llegan para vender en México los miles de artículos que se producen en su país o para establecer restaurantes, pero su presencia no  despierta ya recelo o rechazo.
En la ciudad de México también hubo una colonia china y seguramente enfrentaron alguna animadversión, pero nunca como la ocurrida en el noroeste del país. Los chinos son una presencia imborrable para varias generaciones de habitantes de la gran ciudad capital. Los “cafés de chinos” proliferaron en las calles de lo que ahora es el centro histórico. Antes de 1952 que se construyera la Ciudad Universitaria en el pedregal de San Ángel, el Centro Histórico era un gran barrio universitario, pues las diversas facultades de la Universidad Nacional se encontraban distribuidas por toda la ciudad: la preparatoria y derecho en San Ildefonso, medicina en Santo Domingo, ingeniería en el Palacio de Minería, filosofía en Mascarones, ciencias químicas en Tacuba. Centenares o miles de estudiantes de varias generaciones y de todas partes del país que llegaron e estudiar con limitados recursos a la Universidad, sabían muy bien que en los “cafés de chinos” había comida buena, barata e incluso crédito. Alejandro Gómez Arias, importante personaje de la vida universitaria en la primera parte del siglo XX, en su libro  Memoria personal de un país, habla de cómo ya desde la segunda década del siglo existía un barrio chino en el callejón de Dolores. Ahí se encuentra todavía, a una cuadra del Palacio de Bellas Artes y la Alameda. No parece ya, que en el lugar vivan centenares de personas de origen chino, como lo describe Gómez Arias, pero ahí está una concentración de tiendas y restaurantes de la tierra de la Gran Muralla. Desde hace muchos años soy cliente de los restaurantes en el lugar y desde que mis hijas lo visitan también se aficionaron a su buena comida y a sus tiendas. Es en apenas una calle donde se concentra todo, pero aprovechan muy bien el espacio para tener grandes salones donde cientos de personas disfrutan su comida o pequeñas tiendas que se las arreglan para exhibir infinidad de artículos de origen chino: ungüentos, te, vajillas, ornamentación, ingredientes para comida, ropa y muchas cosas más. Cuando visites el centro de la ciudad de México y quieras una buena y abundante comida, pasa por el Barrio Chino que no te decepcionará.