El callejón de Dolores y su deliciosa comida
Uno de los más importantes grupos
de inmigrantes en México es el de los chinos; han llegado de forma constante en
números no muy grandes desde el siglo XIX. Hay mención de esclavos chinos
durante la época colonial, pero con seguridad la mayoría de ellos no lo eran,
pues en esa época se le llamaba chino a cualquier persona de rasgos orientales,
ya fueran filipinos, coreanos, malayos o indochinos; incluso el barco que traía
a dichos esclavos era conocido como la nao de China, aunque venía de Manila, en
la Filipinas. Se ha registrado también la llegada y venta de trabajadores “chinos”
a las plantaciones de henequén yucatecas en el Porfiriato, aunque procedieran
de Corea.
Los chinos, como muchos otros
pueblos asiáticos, tienen una rica cultura sin duda muy diferente a la de los mexicanos
u otros países. Es precisamente por esto, que pienso que a muchos de los
lugares a los que emigran les resulta difícil integrarse a la sociedad local y
permanecen en comunidades aisladas o separadas por mucho tiempo. En México hay
todavía comunidades chinas por todo el país, sobre todo en ciudades cercanas al
océano Pacífico. Los hay en Acapulco, en Comitán, pero sobre todo en los
estados del noroeste mexicano. Fue a lo largo del siglo XIX que se dieron las
principales migraciones de chinos a Sinaloa, Sonora, Chihuahua y Baja California.
Probablemente los chinos que llegaron a esta región no venían directamente de
Asia, sino que fueron expulsados de la California norteamericana, luego que los
usaron como mano de obra barata para construir las líneas del ferrocarril y las
nuevas ciudades de la región. Todavía el noroeste mexicano tiene como
característica un gran número de restaurantes de comida china, algo parecido al
caso de los llamados tacos árabes, que son ya considerados parte de la gastronomía
poblana.
Son los chinos también un vergonzoso
caso de discriminación racial en nuestro país. Hay mexicanos que siguen negando
que somos racistas, no es suficiente el desprecio por los indígenas a lo largo
de la historia y hoy por las personas de piel oscura. Pues también los chinos
sufrieron de este prejuicio mexicano. En algunas ciudades del noroeste los
chinos tenían pequeñas comunidades, como ya se dijo, separadas y por lo tanto
fáciles de identificar o señalar. Ellos se distinguían obviamente por su
fisonomía, pero también por tener una parte importante en la economía de
algunas ciudades: lavanderías, restaurantes, pequeños comercios y sobre todo el
cultivo y venta de vegetales y frutos. Ante la ignorancia de las costumbres
chinas y un recelo ante ellos por su importante papel económico, muy pronto
surgieron grupos que rechazaban e incluso atacaban a las comunidades chinas. Se
les acusaba de encarecedores, de poco higiénicos, de tener y transmitir enfermedades.
En el programa del Partido Liberal Mexicano del año de 1906, hay ya la
propuesta de que se prohíba la inmigración china. El rechazo a los chinos llegó
a ser tan grande que una vez que se desencadenó la violencia en la Revolución,
algunos aprovecharon para saquear sus establecimientos e incluso matar a
cientos de ellos. Tal fue el caso de la toma de Torreón en 1911. Incluso Álvaro
Obregón, sonorense y presidente del país de 1920 a 1924, prohibió a los chinos
casarse con mexicanas, vender comida, comer junto a mexicanos y tener cargo
público alguno. Plutarco Elías Calles otro sonorense y sucesor de Obregón en la
presidencia, igualmente permitió acciones contra las comunidades chinas por
todo el país. Hoy en día la migración china continúa, llegan para vender en
México los miles de artículos que se producen en su país o para establecer
restaurantes, pero su presencia no
despierta ya recelo o rechazo.
En la ciudad de México también
hubo una colonia china y seguramente enfrentaron alguna animadversión, pero
nunca como la ocurrida en el noroeste del país. Los chinos son una presencia
imborrable para varias generaciones de habitantes de la gran ciudad capital. Los
“cafés de chinos” proliferaron en las calles de lo que ahora es el centro
histórico. Antes de 1952 que se construyera la Ciudad Universitaria en el pedregal
de San Ángel, el Centro Histórico era un gran barrio universitario, pues las
diversas facultades de la Universidad Nacional se encontraban distribuidas por
toda la ciudad: la preparatoria y derecho en San Ildefonso, medicina en Santo
Domingo, ingeniería en el Palacio de Minería, filosofía en Mascarones, ciencias
químicas en Tacuba. Centenares o miles de estudiantes de varias generaciones y
de todas partes del país que llegaron e estudiar con limitados recursos a la
Universidad, sabían muy bien que en los “cafés de chinos” había comida buena,
barata e incluso crédito. Alejandro Gómez Arias, importante personaje de la
vida universitaria en la primera parte del siglo XX, en su libro Memoria
personal de un país, habla de cómo ya desde la segunda década del siglo
existía un barrio chino en el callejón de Dolores. Ahí se encuentra todavía, a
una cuadra del Palacio de Bellas Artes y la Alameda. No parece ya, que en el
lugar vivan centenares de personas de origen chino, como lo describe Gómez
Arias, pero ahí está una concentración de tiendas y restaurantes de la
tierra de la Gran Muralla. Desde hace muchos años soy cliente de los
restaurantes en el lugar y desde que mis hijas lo visitan también se
aficionaron a su buena comida y a sus tiendas. Es en apenas una calle donde se
concentra todo, pero aprovechan muy bien el espacio para tener grandes salones
donde cientos de personas disfrutan su comida o pequeñas tiendas que se las arreglan
para exhibir infinidad de artículos de origen chino: ungüentos, te, vajillas,
ornamentación, ingredientes para comida, ropa y muchas cosas más. Cuando
visites el centro de la ciudad de México y quieras una buena y abundante comida,
pasa por el Barrio Chino que no te decepcionará.
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