miércoles, 26 de marzo de 2008

Todo lo que pueda comer!



La gula.
El pasado mes de junio (2007) estuvo a visitarme Armando, mi sobrino y padrino de mi hija mayor Ana Violeta. Venía a la fiesta del final de los estudios de primaria de Ana. Primero hubo una misa y luego un desayuno en un patio de la exhacienda de Juriquilla. La fiesta me gustó mucho pues no fue la elegante, acartonada y supuestamente solemne cena baile, sino algo sencillo, sobre todo atractivo y muy divertido para aquellos que debían celebrar. Al final del desayuno los niños podían hacer uso de la alberca del hotel y así lo hicieron por casi tres horas, divirtiéndose mucho, mientras los padres platicaban en una muy larga sobremesa.
Al día siguiente Armando, su esposa, hijo y otro sobrino debían regresar a la ciudad de México, pero antes desayunar sin perder la oportunidad de probar algo de lo mejor de la comida queretana. Por algunos minutos nos preguntamos qué lugar sería el mejor. Fue cuando vino a mi mente el restaurante Los Correa, que se encuentra a escasos 500 metros de nuestro hogar y que nunca habíamos visitado, pero del cual habíamos oído algunos comentarios. Es un restaurante de comida mexicana, que prepara muy variados platillos, pero cuyas especialidades son las carnitas y la barbacoa. Alguno de mis estudiantes me había comentado sobre los grandes cazos que ahí había para preparar carnitas y algunos otros mencionaban el lugar cuando comentábamos el tema de buenos tacos. El lugar me recordó un poco al restaurante del sur de la ciudad de México, Arroyo, claro mucho más pequeño pero también rústico. Tiene un amplio estacionamiento y en la parte posterior un espacio para almacenar leña, pencas de maguey y dos grandes hoyos para prepara la barbacoa. El restaurante es un gran salón, en el cual incluso hay un estrado para música o baile, pues seguramente se usa para fiestas y banquetes. Todas sus altas paredes están decoradas con más de un centenar de radios antiguos, aquellos radios superheterodinos o de bulbos, algunos del tamaño de un mueble, otros del tamaño de una caja de galletas. Hay también fotografías antiguas. Las mesas y asientos son de madera y cuero, del tipo llamados equipales, muy cómodos y atractivos. Al frente del establecimiento hay un salón de grandes ventanales, a través de los cuales se pueden ver tres gigantescos cazos donde se preparan las carnitas, ahí está también una caja y un mostrador, pues en esa parte se venden carnitas, barbacoa, consomé, arroz, frijoles, pollos y muchas otras cosas para llevar a casa. Al llegar al restaurante vi grandes letreros que anunciaban que ese día había buffet tanto para el desayuno como para la comida y que el primero de estos tenía un precio de 90 o 95 pesos por persona. Pensé que el costo para nuestro grupo sería muy alto y no del todo aprovechado, pues a veces mis hijas comen muy poco. Pero ya estando ahí entramos a conocer el lugar y sus especialidades. La sorpresa fue muy agradable, al centro del salón estaban las mesas y en los márgenes de mismo había muchos pequeños puestos, parecidos a los de una kermés o feria. En ellos se servían muy diversos platillos. En uno había fruta muy fresca y varios jugos naturales. En otro puesto había yogurt, cereales y pan de dulce. Más adelante había hot cakes y preparaban huevos al gusto. En un rincón estaban un par de señoras echando tortillas a mano y poniéndolas en tortilleros para que los comensales o meseros las tomaran. En una charola había distintos tipos de chiles, tomates, jitomates asados, ajos y cebollas y varios molcajetes; al iniciarse el desayuno de cada grupo un mesero hacía en uno de los molcajetes una salsa con los ingredientes que se desearan y la dejaba en la mesa. En otro puesto había pozole, panza, consomé de barbacoa o sopas. Más allá un pequeño cazo con carnitas del que se podía pedir lo que se deseara: oreja, buche, cuerito, maciza, hígado, que ahí mismo se picaba sobre un tronco de madera para hacer prepararse unos taquitos. En otro lugar había también diversas partes de barbacoa que se pedía al gusto y un muy rico guisado de carne de chamorro en una especie de adobo. Uno podía levantarse a revisar lo ofrecido o solicitarlo a los múltiples y atentos meseros. Había muchos otros platillos así como postres, pero no todo vi, ni puedo recordar.
Variedad, cantidad, aromas, sabores y servicio fueron abrumadores y empecé a pensar que 95 pesos por todo esto era una ganga. Todo lo que probé me gustó, tiene calidad, pero para nosotros los golosos tragones, la idea de abundante y variada comida a nuestro alcance, es en cierta forma en una especie de salsa que convierte a todos los platillos en algo todavía más delicioso. ¡Que lugar! El cielo en la tierra, efímero paraíso que dura apenas una hora o poco más, hasta que se llena uno. Pero ya he planeado mi estrategia para prolongar el placer en mi próxima visita, probar todo en muy pequeñas porciones y comer ante todo con mucha calma, masticando bien y disfrutando al máximo el momento.

viernes, 14 de marzo de 2008

Crónica chilanga





Inolvidable mascotazo.
Pues he estado escribiendo de la vida y costumbres de Querétaro, pero esta vez será de algo ocurrido en el corazón de la Ciudad de México y entre puros chilangos. El pasado sábado primero de septiembre (2007) asistí a una de las muchas reuniones que hemos tenido varios maestros y exmaestros del Departamento de Humanidades del Campus Ciudad de México; ese grupo conocido desde hace muchos años como El Club de Tobi. Asistimos Rodolfo López, Eduardo Reyes, Juan Carlos Olmedo, Roberto Rivadeneyra, Lutz Keferstein y un servidor. Periódicamente, en los últimos cinco o seis años, nos hemos reunido en el centro de la ciudad para ir a comer, beber un poco, platicar y sobre todo, divertirnos mucho. Esta reunión la habíamos concertado con más de dos meses de anticipación para mediados de agosto, pero se tuvo que posponer un par de semanas. Las reuniones comienzan por lo regular en sábado a eso de las once o doce de la mañana; nos citamos temprano para visitar algún museo, recorrer el tianguis de antigüedades de la colonia Doctores, revisar librerías o los muy diversos puestos del Centro Histórico. Incluso en una ocasión visitamos, con la guía de Lutz, el famoso tianguis del Chopo, refugio de los movimientos alternativos capitalinos. En este día recorrimos los puestos de los vendedores semi-fijos en el Eje Central, antes San Juan de Letrán. Venden libros, películas, novedades, ropa y muchas otras cosas más. Compré la serie completa de Magilla Gorilla para mis hijas. Son cuatro discos con caricaturas de este simpático y amable personaje, además incluyen otras caricaturas del comisario Ricochet Rabbit y su ayudante Droop-a-Long y también de Punkin’Puss y MushMouse, un gato y un ratón montañeses.
Antes de dirigirnos a la cantina pasamos por una tienda de puros que se encuentra en la calle de Uruguay y compramos un paquete de puritos de aroma maple, que ya son casi una tradición en nuestras reuniones y una cajetilla de cigarrillos con tabaco de pipa, que por cierto tuvieron mucho éxito y se acabaron demasiado rápido. Lo curioso es que la mayoría del grupo no fuma, pero todos lo hacemos en nuestras reuniones.
Tras algunas horas de comprar y caminar nos dirigimos a alguno de los buenos restaurantes o cantinas del Centro Histórico. Todos ahorramos para tales ocasiones pues aunque no son excesivamente caros los lugares que visitamos, comemos mucho o nos atrevemos a ordenar platos no muy económicos. No cabe duda alguna que el buen comer es uno de los grandes placeres de este mundo y se convierte en algo en verdad excepcional en compañía de buenos amigos. Luego de una buena comida nos dirigimos a alguna de las famosas cantinas del centro para tomar algunas copas y a veces ver algún partido de fútbol en la televisión. Pero esta vez no hubo comida en restaurante, sino que directamente iniciamos en una cantina. La Mascota es uno de esos lugares en el centro donde la botana es gratuita, y cuando digo botana no me refiero a cacahuates o algunas frituras, sino varios guisados (pero también dan cacahuates). El menú del día fue el siguiente:

SALÓN FAMILIAR
“La Mascota”
Mesones # 20 esquina Bolívar.
Centro Histórico
Reservaciones al 57-09-78-52
Sábado 1 de septiembre del 2007.
*Aquí la Botana es gratis
1. Frijoles “Charros”
2.- Quesadilla Chicharrón
3.- Carne Tártara
4.- Carnero en Salsa Verde
5.- Pollo en Morita
6. Carnitas o Chamorros
Los mejores eventos deportivos los tenemos
en exclusiva para ti por SKY y en
PANTALLA DE PLASMA



Obviamente las bebidas son un poco más caras que en otras cantinas y la comida es buena, mas no exquisita, pero se come bien y vasto; mientras se puede disfrutar de una muy amplia variedad de bebidas. No todos pudieron asistir al recorrido previo, así que fue en la cantina donde se reunió el grupo completo. Una regla de estos eventos es que sin importar el consumo individual, al final todos pagamos una parte proporcional de la cuenta por igual. Algunos tienen un trago favorito, pero a otros nos gusta probar de la amplia variedad. Hay una bebida un poco cara pero que a varios nos gusta, es una piña colada con licor japonés Midori de melón. Bebemos bastante, pero nunca como para hacer desfiguros; siempre salimos caminando decorosamente del lugar. La botana cambia cada día de la semana, pero nosotros casi siempre vamos en sábado. Como en toda buena cantina, hay una rockola con música ranchera, norteña y romántica; cinco pesos cuesta cada selección. Nos gusta poner música de Javier Solís, Los Tigres del Norte o José Alfredo Jiménez. Después de comer los seis platillos del menú o la mayoría, empezamos a platicar más, oír música y fumar. Esta ocasión también vimos el partido de fútbol. Los sábados por la tarde juega el Cruz Azul; Roberto y Juan Carlos le van a la decaída Máquina Celeste. Por suerte esa tarde su equipo ganó al Veracruz y por amplio marcador.
La tarde avanzaba y casi al final del partido del Cruz Azul entró a La Mascota un trió para tocar música entre sus parroquianos, pero este trío fue una sorpresa muy agradable. No tocaban música romántica de los años cuarenta del siglo pasado, sino rock y se especializaban en música de los Beatles. Llevaban un bajo eléctrico, dos guitarras acústicas y uno de los guitarristas tocaba también la armónica. Además la persona que tocaba el bajo era todo un personaje, con una pinta como si fuera amigo de Lutz. Tan pronto tocaron la primera canción el ambiente se encendió y la siguiente hora transcurrió con inolvidable música de nuestras no tan remotas juventudes (Beatles, Clapton, Eagles, El Tri). Incluso Juan Carlos y Lutz se animaron a cantar con ellos. Fue una magnífica forma de acabar la tarde. Ya oscureciendo salimos del lugar y nos dirigimos al zócalo para tomarnos una fotografía teniendo como fondo al águila republicana juarista y lopezobradorista que decora la plaza mayor para las fiestas de septiembre. Casi nunca manejamos al centro, comúnmente vamos y regresamos en metro. Esta vez tuvimos que caminar hasta la estación Pino Suárez, la estación Zócalo estaba cerrada por un concierto que terminó poco antes de nuestra llegada. A punto de entrar al tren subterráneo, Lalo y Roberto culminaron la tarde con varios tacos de suadero, en un puesto que por ahí encontraron. Ya en el metro nos despedimos y nos congratulamos de la extraordinaria jornada que pudimos compartir.

¡Santos platillos!





Semana Santa.
Hasta este año (2007) pude estar parte de la Semana Santa en Querétaro. Hace un año no me quedé aquí y me fui a ver a mi familia a México. Este año aunque de nuevo visité a mi madre unos días, regresé desde el jueves santo. En Querétaro se conservan todavía mucho más las tradiciones religiosas, para empezar las iglesias se ven muy concurridas, sobre todo aquellas en el centro de la ciudad. Al igual que en las fiestas de días de muertos y navidad, dos calles a extremos opuestos del jardín Zenea se cierran y se instalan ahí puestos de comida: tacos, elotes, esquites, enchiladas, tostadas, pozole, buñuelos y pambazos o guajolotes, como aquí les llaman. Es cierto que aunque el centro de la ciudad recibe a muchas personas, el resto de la ciudad aparece sin tráfico y medio vació a todas horas. A un par de cuadras del jardín Zenea y justo en el andador frente al templo de Santa Clara, se instalan puestos de dulces típicos. Venden charamuscas de variados sabores, trompadas, alegrías, frutas cristalizadas, pepitorias, palanquetas de cacahuate, cajeta, jamoncillos, cocadas, obleas y muchos otros tipos de dulces. También venden empanadas, la tradicional capirotada y un postre típico de Querétaro en Semana Santa, son los famosos rellenos, de los cuales había ya leído en las Viñetas Queretanas de Luis Vega y Monroy y otros libros, pero que pensé ya no se elaboraban. Son panes parecidos a una cemita y se rellenan de dulce de chilacayote, esa fruto de la familia de las calabazas en cuyo interior hay delgadas fibras, que hacen que al dulce que se elabora con ellas en algunos lugares le llamen cabellos de ángel, por su brillo rubio platino. Aquí el chilacayote lo han de hacer con piloncillo y no con azúcar pues el dulce está algo prieto, bueno estoy seguro que también hay angelitos castaños, así como negros. Ya una vez relleno el pan con chilacayote, el conjunto es capeado en huevo batido y luego freído a manera de un chile relleno. Al momento de servirse, el pan es remojado con miel de piloncillo, muy parecida a la que se usa en los buñuelos; también se le decora con algunas semillas de ajonjolí. Por lo remojado que queda el platillo final, sería muy incómodo comerlo directamente con la mano, así que se pone sobre un plato y se come con un tenedor. Llama la atención que el pan se envuelva en huevo batido, no considero que se aumente mucho sabor o apariencia con este paso. Quizá el capeado le agrega al platillo sofisticación o una aire de lujo o exceso, recordemos aquel dicho popular que dice que alguien presumido se siente “la divina envuelta en huevo”. También vi en varios puestos otros panes como de pasta de hojaldre dispuesta en una espiral que se rellena. Pregunté y me dijeron que también son típicos de la temporada pero no averigüe el nombre.
Son miles las personas que el jueves santo hacen la tradicional visita de las siete casas en las muchas iglesias que hay en el centro. La caminata no debe ser muy grande y hay muchos lugares donde comer durante las siete visitas. Entre los diversos templos hay también infinidad de plazas y bancas para sentarse a descansar y a ver pasar a los muchos otros paseantes. He de confesar que cuando voy solo al centro, disfruto cada vez más este tan simple entretenimiento. El viernes santo ya cerca de las ocho de la noche, se hace la solemne procesión del silencio, que también lleva miles de personas al centro entre participantes y espectadores. A espaldas del templo de Santa Clara se encuentra el jardín Guerrero, ahí se instalan muchos puestos de artesanías y de los tradicionales judas que se han de quemar o más bien tronar el sábado de gloria. Venden textiles cerámica, juguetes de madera y cartón. No faltan las tradicionales matracas, de todos tamaños, yo compre una de casi cuarenta centímetros de largo, para llevar a los eventos deportivos del Tec. No adquirí un judas, pues donde vivo no hay un espacio suficientemente grande como para tronarlo con seguridad. Había diablos, esqueletos, chivas, pero ya no encontré algún Salinas de Gortari con sus billetes en la mano. Me llamó la atención ver un judas con barba y con un gorro como de musulmán, que me imagino representaba a Osama Bin Laden. Me niego a pensar que ese personaje preocupe mucho a los mexicanos o lo consideren un gran traidor, pero unos días después leí una nota en ABC News en la que se decía que de miles de personas entrevistadas sobre la posibilidad de aplicar la pena de muerte a Osama, sólo en México y en Estados Unidos más de la mitad de los entrevistados aprobaron la pena capital. Yo siento que Bush Jr. llena más el perfil para ser considerado un gran traidor contra toda la humanidad. Además, no podemos empezar a sentir animadversión por los enemigos de nuestros primos o pronto estaremos odiando a muchos.
En una de las esquinas del jardín Guerrero, rumbo al convento de capuchinas, hay un negocio que vende los llamados gaspachos. No es la sopa fría de la cocina española sino una especie de cocktail de frutas muy condimentado. Yo lo había probado hace casi 20 años en Morelia y me imagino que su origen es michoacano, como muchos platillos aquí en Querétaro. Lo probé justo en el jardín a un lado de la catedral de Morelia; ahí eran jícama y mango picados a los que se les agregaba un poco de vinagre, chile, limón y queso rallado. En este negocio de Querétaro pican en pequeños cubos melón, sandía, piña, jícama, pepino y mango, le agregan vinagre muy rebajado, jugo de naranja, limón, sal, queso y un chile molido que llaman negro, que explican que no pica pero pone sabor. Al final el cliente puede agregar chile picante al gusto. En estos días calurosos los gazpachos son una buena opción para los tragones, su sabor es muy bueno, son frescos y con uno grande queda uno satisfecho. Los hay de 10, 15 y 30 pesos, siendo este último un recipiente con capacidad de un litro. Atinadamente la propaganda del lugar anuncia “si quieres verte bien, come gaspachos”. A mi me gustan por su exótico sabor, aunque su bajo contenido calórico tampoco me cae mal, pues he subido unos kilos desde mi llegada a esta ciudad. Mis investigaciones culinarias han tenido este efecto, pero no por eso dejaré de hacerlas (declaración de un mártir del conocimiento). Ahora viene la larga espera hasta las fiestas de días de muertos, donde espero disfrutar nuevamente los puestos de comida y descubrir otras costumbres gastronómicas locales.

domingo, 2 de marzo de 2008

Otra cantina



Don Amado.
Los mejores años de mi vida están por llegar a su fin, mis hijas están muy cerca de convertirse en adolescentes (aborrecentes como dice mi comadre). Terminan esos años en que Ana Violeta y Daniela eran inmensamente felices escuchando por horas cuentos o relatos, cuando salir de paseo era siempre emocionante y su padre era Chicho López, superhombre que todo lo sabía y podía. Esos días en que al llegar a la casa me recibían con inmenso gusto y los besos y abrazos nunca parecieron cansarles o molestarles; momentos de interminables sonrisas provocadas por apenas una caricia, un dulce, un sencillo juguete o un paseo sobre mis pies o mis hombros.
A medida que ellas crecen, mis supuestas gracia, amenidad, sabiduría y fuerza disminuyen ante sus ojos. Cada vez soy menos divertido, más irascible, más aburrido y ojala nunca llegue el día en que me convierta en alguien al que quieran evitar por completo. Esa es la ley de la vida y la acepto, pero no me hace feliz. Su creciente independencia por otro lado, ha traído otros cambios a mi vida. Ahora nos es posible dejarlas en casa solas por un par de horas y salir a cenar o quizá a ver una película no infantil. Por casi ocho años hemos visto casi todas las películas para niños en cartelera. También las fiestas a las que ambas asisten son cada día más tarde y nuestra presencia menos requerida o esperada. Su nueva autonomía es al mismo tiempo recobrada independencia temporal para sus padres, hasta cierto punto agradable, pero signo de una nueva etapa que me hace añorar y llorar aquello que ya jamás volverá.
El sábado pasado llevé a mis hijas a una fiesta de disfraces que inició a las ocho de la noche. Estrella y yo no regresamos a casa, ni fuimos al cine, sino a un breve paseo por el centro de la ciudad. Había algo de tráfico en la zona del Convento de la Cruz, pero pudimos encontrar un lugar donde estacionar el automóvil y desafiar el helado viento en una breve caminata. Por fin pude visitar una cantina que tenía meses de querer conocer; un estudiante de Programas Internacionales me habló de ella hace casi un semestre, pero nunca me animé a ir solo.
El lugar se llama Cantina Don Amado y se encuentra en la esquina de Gutiérrez Nájera y Cinco de Mayo, a una cuadra del Convento de la Cruz y a unos cuantos metros de la Cenaduría Blas. Desde la primera vez que lo identifiqué, el lugar me atrajo por su rusticidad. Se encuentra en un pequeño local justo en una esquina. La construcción está bellamente deteriorada, como si fuera una construcción al menos del siglo XIX y probablemente lo sea, pues sus muros tienen casi 80 centímetros de espesor y está hecha de una mampostería muy irregular. Tiene puertas a ambas calles y no hay letrero alguno que la identifique.
En su interior hay los elementos indispensables para considerarla una buena cantina. Hay apenas cuatro mesas, una de ellas doble, como para dar acomodo a un grupo de seis u ocho parroquianos. Las mesas y sillas son de plástico blanco con el logotipo de una cerveza. Tiene una pequeña barra, frente a la que debe haber unos cuatro o cinco bancos. Tras este modesto mueble característico de este tipo de lugares, hay en un extremo una pequeña estufa y un refrigerador, seguramente para la preparación de la botana. Al otro extremo está una muy raquítica repisa, con un minúsculo espejo, como para cumplir con el estereotipo y unas cuantas botellas de bebidas alcohólicas. El surtido es limitado pero no podría ser de otra manera, a riesgo de romper con la modestia del establecimiento. Casi cerrando el acceso a la parte posterior de la barra hay un gran refrigerador de una cervecería. Hay en el otro extremo frente a la barra la indispensable sinfonola o rockola, sencilla, poco vistosa, pero equipada con una pantalla para hacer la selección de la música a través de unos cuantos botones; dos canciones por cinco pesos. Arriba de la sinfonola, en una repisa, hay una modesta televisión con una pantalla de no más de 10 o 12 pulgadas. No veían el fútbol a pesar de ser sábado por la noche, sino una película de Cantinflas. Las paredes son blancas y en ellas cuelgan algunas fotografías de artistas nacionales, de viejas cantinas o pulquerías y un par de recortes de periódicos que han descrito este peculiar lugar. Fue en ellos donde me enteré que el establecimiento tiene cerca de setenta años de antigüedad y que fue fundado por don Amado en otro sitio de la ciudad. Se explicaba que por muchos años la cantina funcionó en la que en esos años fue la zona de tolerancia del Querétaro, pero cuando el sitio fue desarticulado, este establecimiento emigró a otra parte de ciudad.
Estrella comúnmente no bebe, pero aceptó acompañarme. Cuando llegamos había apenas una mesa ocupada, pero momentos después llegarían más clientes a mesas y barra. Yo pedí una cuba de Ron Castillo y me la sirvieron acompañada de un caldo de camarón y unos cacahuates. Después de un rato, al ver que nadie atendía a la televisión, me levanté para seleccionar algo de música. Lo que se ofrecía era muy moderno y como que poco común para una cantina, así que ignorando a José José , Luis Miguel y grupos de música Pop me senté algo molesto porque ni Javier Solís, ni José Alfredo Jiménez, ni Los Tigres del Norte se encontraban en la máquina. Tras unos minutos pedí una segunda cuba y me ofrecieron tacos de botana, pero no los acepté, pues tenía planeado comer en otro lugar más tarde. Ya casi para retirarnos pregunté qué licores tenían, pues me gusta cerrar con algo dulce. No había ni Kaluha, ni Anís Las Cadenas, tan sólo Anís del Mico (del Mico, no del Mono); pensando que Estrella quisiera una probadita para soportar con más ánimo el frío afuera, pedí el anís. Sabía como a licor adulterado, pero le dimos un par de probaditas antes de irnos. La cuenta no fue de más de ochenta pesos, lo cual hizo que el lugar me gustara todavía más. Al salir de la cantina me dirigí a un establecimiento que se encuentra justo en otra esquina de la misma cuadra, rumbo a Convento de la Cruz. En esa cenaduría, que creo lleva el nombre de Jalisco, venden un pozole que todavía no he probado, pero que genera largas filas de espera. En un rincón del lugar venden unos notables tacos de buche, es más bien un surtido de cerdo, pero son al vapor, no cocinados en manteca, por lo que son ligeros y de magnifico sabor. Estos tacos fueron el justo remate para una placentera e inolvidable velada, pero que con gusto cambiaría por un minuto del efímero y ahora menguante afecto incondicional que alguna vez me tuvieron mis hijas (el 29 de febrero de 2008, estuve en Don Amado a tomarme una cerveza y me enteré que el señor Amado había muerto 10 días antes, su hijo atendía ya el negocio y junto a él aparezco en la foto).

Una cantina


La Selva Taurina
Ana Violeta mi hija mayor inició la secundaria hace un par de meses y afortunadamente hasta ahora el cambio no le ha significado mayor problema. La escuela a la que asiste le pide que participe en algún tipo de actividad extracurricular, artística o deportiva, ya sea de las que ahí mismo se ofrecen o en cualquier otra institución. Hace unas tres semanas empezó a tomar clases de baile en la Casa de la Juventud del Instituto del Deporte y la Recreación del Estado de Querétaro (INDEREQ).
Esta institución se encuentra a espaldas de famoso Convento de la Santa Cruz de Querétaro, de hecho todas las instalaciones se encuentran dentro de un viejo muro de piedra, por lo que seguramente era el huerto del mismo convento. La construcción franciscana seguramente apareció desde el siglo XVI, segunda en importancia al Convento Grande de San Francisco, hoy museo regional de Querétaro en la parte más céntrica de la ciudad. A mediados del siglo XVII la Santa Cruz se convirtió en El Colegio Apostólico de Propaganda Fide, institución en la que prepararían cientos de misioneros franciscanos que participaron en la conquista espiritual de numerosos territorios de la Nueva España y otras partes del Imperio Español. Pero más allá de su significativo papel en la empresa misionera, el convento es conocido por encontrarse ahí el famoso árbol o arbusto que tiene grandes espinas en forma de cruz, además de minúsculas espinas justo en los lugares que colocaron los clavos de la crucifixión. Según la leyenda el arbusto creció del bastón que clavara en la tierra fray Antonio Margil de Jesús, uno de los misioneros más destacados del convento. De hecho, en uno de los patios interiores se encuentran varios arbustos de espinas en forma de cruz y por la cantidad de espinas que se venden a manera de souvenir por todo Querétaro, estoy seguro que algunos emprendedores queretanos deben tener su propio árbol en algún otro lugar.



La Casa de la Juventud tiene un campo de fútbol, pista de atletismo, auditorio, alberca techada, gimnasio, vestidores y jardines. El conjunto fue construido durante la presidencia de Adolfo López Mateos (1958-1964), pues hay ahí una gran placa con su nombre y rostro en bajo relieve, además de un maltratado mural que presenta un pujante y moderno México posrevolucionario y en el que también aparece el mandatario entre un grupo de jóvenes deportistas. El lugar se encuentra en buenas condiciones, considerando su edad; seguramente el gobierno estatal le ha dado constante o reciente mantenimiento. La única parte que luce deteriorada es un gran boquete en la parte norte del muro de piedra, pero una gran placa identifica esa brecha como el lugar por el cual entraron las tropas de Mariano Escobedo el 15 de mayo de 1867, para poner fin al sitio de Querétaro y al Imperio de Maximiliano.
Un día jueves por la tarde llevé a mi hija a sus clases de baile y nos acompaño Daniela su hermana menor, pensábamos dar un corto paseo por los alrededores de la Casa de la Juventud en lo que terminaba la clase, pues muy cerca se encuentran varios sitios de interés, como la Rotonda de los Queretanos Ilustres, lugar donde reposan los restos de ínclitos personajes de esta tierra, encabezados por la Corregidora Josefa Ortiz de Domínguez. Caminamos hacia la Plaza de los Fundadores, que se encuentra justo frente Convento de la Cruz y contiene esculturas de algunos habitantes de los primeros tiempos de Querétaro, donde por cierto el gobierno municipal recientemente concentró a las indígenas, que comúnmente conocemos como Marías y que antes vendían sus artesanías textiles por las calles del centro histórico. Visitamos la cercana librería Kulturunea, comercio en el que toda la familia ha adquirido libros anteriormente y siempre ofrece algo barato e interesante. Durante el paseo advertí a un costado del Convento de la Cruz una cantina con el nombre de La Selva Taurina, llamó mi atención el nombre y su apariencia, por lo que me asomé a su interior desde la puerta; no entré pues iba acompañado de Daniela. El lugar se veía limpio, con clientela e interesante. Así que ni tardo ni perezoso, fui a dejar a Daniela al auditorio donde toma clase Ana Violeta, con instrucciones de no salir de ahí hasta que volviera unos 25 minutos más tarde. Regresé a conocer el lugar mientras que me tomaba una cerveza, pues aunque eran ya casi las siete de la tarde, hacia calor y estaba algo sediento.
Un letrero sobre la puerta de entrada informa que el establecimiento fue abierto en 1942 por el señor Pedro González Matehuala. Ya en el interior pude leer en un recorte de periódico que se exhibía enmarcado sobre una pared, que el señor González fue un habitante del barrio de la Cruz, fundador de la cantina y promotor del pequeño comercio en la zona. La cantina no es muy grande, serán unos 65 metros cuadrados, en la parte que se puede ver, sin contar la cocina o bodega si la hay. Al centro del local está la barra, todo el mobiliario es de madera casi roja incluso el piso y el techo. Hay como seis o siete bancos en forma de equipal en la barra y debe haber unas diez o doce mesas en todo el lugar; cuatro o cinco estaban ocupadas durante mi visita. Decoran las paredes nueve grandes cabezas disecadas de toros de lidia, así como muchos carteles taurinos, hierros para marcar reses de diferentes ganaderías y listones multicolores; distintivos que identifican la ganadería del toro que sale al ruedo. Sobre la puerta se exhibe dentro de una vitrina un hermoso capote de paseo. Las entradas a los sanitarios y a la cocina semejan las tablas de un burladero. Me llamó mucho la atención el hecho de que en el establecimiento hay seis televisiones montadas en soportes en lo alto de las paredes, demasiadas pensé. En un rincón está la indispensable sinfonola y a punto estuve de poner una canción de Javier Solís, pero la cerveza se terminó mucho más rápido de lo que hubiera deseado. Platiqué con el cantinero que me dijo que el lugar funciona de doce a dos y que como tradicional cantina sirve botana mientras se consuman bebidas. Al parecer la especialidad es la carne asada en tacos, incluso me dijo que ya en uno minutos empezaban a servirla, pero no pude quedarme pues un par de niñas me esperaban, además así solo, como que no se disfrutan este tipo de lugares. Poco a poco y de manera fortuita voy descubriendo Querétaro, que como todo México, esconde interesantes tesoros aquí y allá.