Cancún II.
El lugar del espectáculo nocturno del parque X-caret es un gran auditorio techado con una capacidad que estimo será de unas tres o cuatro mil personas. La función inicia a las siete de la tarde y tiene una duración de cerca de dos horas. Tengo que confesar que este magnífico espectáculo fue una de las cosas que más me gustó de todo el viaje. Tres de los cuatro lados del auditorio son gradería con asientos, como la de cualquier gimnasio o estadio, pero la cuarta, en una cabecera, tiene pequeñas mesas, se puede cenar mientras se ve la función. La primera parte es histórica; se presenta un desfile de personajes ataviados a la manera de los mayas prehispánicos. Su ropa, collares de cuentas, calzado y penachos seguramente reproducen aquellos de innumerables figuras que se encuentran en murales, cerámica y esculturas originales mayas. El desfile es impresionante por su solemnidad y calidad del vestuario. Después de algunos minutos dos grupos se separan e inician un juego de pelota de cadera. En Mesoamérica se jugó la pelota de muchas maneras: con una pelota pequeña, que se golpeaba con el brazo, la mano o un bastón; otra con una pelota un poco más grande, que por su tamaño y peso sólo se puede golpear con la cadera. El juego de pelota de cadera es sin duda más espectacular; el único lugar donde todavía se jugaba en el país era Sinaloa, lo llaman Ulama y precisamente de esa región tuvieron que importar a los primeros jugadores las personas del parque que pensaron en recrear este juego. Los jugadores inician jugando a mantener el bote de la bola de un lado a otro de la parte central de la cancha, luego de un rato suben a los inclinados laterales de la cancha para tratar de pasar la bola por el centro de los anillos que se encuentran a los costados. Habría que aclarar que aunque la mayor parte del público desconoce el juego o lo ve por primera vez, muy pronto aplauden las buenas jugadas, se emocionan y ovacionan con entusiasmo. Más adelante se presenta una leyenda purépecha, al final de la cual hay otro juego de pelota, pero esta vez el juego es en la oscuridad, la pelota está cubierta de algún líquido inflamable, está encendida y la golpean de un extremo a otro de la cancha con unos bastones. De nuevo el público se emociona y ovaciona las mejores jugadas. El espectáculo va mejorando y el público parece admirar cada vez más esta recreación de las culturas prehispánicas, cuando por un extremo de escenario, aparecen otros actores vestidos de españoles; el efecto es de gran sorpresa y quizá hasta de consternación. En una bien lograda coreografía se simula la conquista, tanto la militar como la espiritual, esta última cuando algunos sacerdotes acaban por imponer la cruz encima de monolitos indígenas derrumbados. Más adelante el público aplaude cuando un indígena con una flauta interpreta una melodía junto a un conquistador que tañe una guitarra. En algún momento de la parte de la conquista, no lo recuerdo bien, aparece un sacerdote de gran penacho y máscara de cráneo en una plataforma en lo alto de la gradería. En el brazo del personaje hay una gran águila, misma que emprende el vuelo, el ave hace un majestuoso recorrido circular por lo alto del auditorio. En ese instante experimenté algo que no había tenido en años, un sentimiento de gran gozo ante la belleza de momento y una extraña y placentera sensación que me recorrió todo el cuerpo. El momento fue breve, pues el águila hizo un solo giro por lo alto del auditorio, para luego abandonarlo por una esquina.
La segunda parte del espectáculo consiste en bailes típicos de las diferentes regiones del país. La producción es magnífica tanto por los vestidos, la música y la detallada escenografía. Como en muchos espectáculos de este tipo, los bailes de Veracruz y Jalisco se dejan para el final. Me gustó mucho el tradicional baile de los viejitos de la región de Michoacán. El baile es hermoso, rítmico y muy bien montado, pero causa gran sorpresa y admiración del público, cuando al final del número, los danzantes se quitan del rostro las máscaras y sombreros y se advierte que todos ellos son personas mayores de 60 años de pelo cano o casi calvos. El número de cierre es magnífico; salen al escenario algunos de los personajes que han estado en los diferentes cuadros o bailes del espectáculo, unos cuantos ondean las banderas de varios países del mundo. De pronto se empiezan a escuchar las primeras notas del Son de la negra, melodía que hace brotar el sentimiento nacionalista en el pecho de todo buen mexicano. Al mismo tiempo aparece en el extremo del escenario un jinete en hermoso caballo, ataviado con un elegante traje de charro y portando la bandera de México. Al momento que entra al escenario, inician el vuelo tras de él ocho o diez grandes guacamayas en una explosión multicolor. Sobra decir que aquello que sentí al ver volar el águila, se repitió en este momento, pero esta vez por más tiempo. Las guacamayas ascienden hasta lo más alto y dan varias vueltas al auditorio. Confieso que fue tanta la emoción que incluso un par de lágrimas asomaron a mis ojos. El nacionalismo es un dogma de fe completamente irracional, todo en él es sentimiento y emoción. Más adelante reflexioné que mi arranque sentimental fue casi como el comportamiento de un perro de Pavlov, pero vaya que se sintió muy bien. Fue un momento sublime, magnífica manera de poner fin a un día inolvidable.
A la mañana siguiente descansamos en la playa y recorrimos algunos centros comerciales de Cancún por la tarde. Desde mi visita anterior han abierto nuevos lugares, me sorprendió uno llamado La isla, pues por su arquitectura, clientes y tiendas, me hacía sentir más en la península de la Florida que en la de Yucatán. Poco compramos, pero comimos muy bien en un lugar de comida china. Al volver al hotel por la tarde abordamos un autobús y nos tocó presenciar un incidente con un grupo de carteristas; fui afortunado una vez más; una parada más tarde yo hubiera sido la víctima.
Otro día visitamos Isla Mujeres. Muy temprano nos embarcamos desde un muelle en el que días después, según vimos en la televisión, se hundió un barco con turistas al dañarse el fondo de la embarcación en un arrecife. Nuestra travesía fue tranquila y sin problemas. De nuevo con un paquete, habíamos reservado que Ana y Daniela nadaran con delfines. Nosotros las observamos desde la distancia, ellas disfrutaron mucho la experiencia. Hicimos también un recorrido por la isla donde vimos otro tortugario, un hermoso acantilado en un extremo de la isla, el exterior del Parque Garrafón, algunas casas muy hermosas, los increíbles colores del mar Caribe y la población principal de la isla. Caminamos cerca de una hora por sus calles, muy angostas por cierto. El lugar no me resultó atractivo, hay muchas tiendas con artesanías baratas, feas y de poca calidad. Pensé en Tijuana, la población más visitada de México y el mundo, pero no precisamente la más hermosa. Justo al otro extremo de nuestro país creí ver otra Tijuana. Quizá así me pareció la población, luego de visitar los lujosos y sofisticados centros comerciales de Cancún. Busqué también una marisquería, tenía el firme propósito de probar un cocktail de caracol, pues nunca lo había comido. En pleno malecón encontré un buen lugar y ordené uno grande. El sabor del caracol no es muy fuerte, predominan los ingredientes complementarios, pero sí es muy característica su consistencia, firme sin llegar a dura, parecida a las del callo de hacha o la pata de mula que había probado en Mazatlán. Ahora tengo que probar el abulón, no de lata sino fresco, pero este se encuentra en la otra península de nuestro país, la de Baja California. Nuestro regreso a la ciudad de México fue también sin contratiempos, vaya que disfrutaron el viaje mis hijas, me imagino que todavía más, al constantemente recordar que debían estar trabajando en la escuela, mientras nadaban en las tibias aguas del Caribe mexicano.
El lugar del espectáculo nocturno del parque X-caret es un gran auditorio techado con una capacidad que estimo será de unas tres o cuatro mil personas. La función inicia a las siete de la tarde y tiene una duración de cerca de dos horas. Tengo que confesar que este magnífico espectáculo fue una de las cosas que más me gustó de todo el viaje. Tres de los cuatro lados del auditorio son gradería con asientos, como la de cualquier gimnasio o estadio, pero la cuarta, en una cabecera, tiene pequeñas mesas, se puede cenar mientras se ve la función. La primera parte es histórica; se presenta un desfile de personajes ataviados a la manera de los mayas prehispánicos. Su ropa, collares de cuentas, calzado y penachos seguramente reproducen aquellos de innumerables figuras que se encuentran en murales, cerámica y esculturas originales mayas. El desfile es impresionante por su solemnidad y calidad del vestuario. Después de algunos minutos dos grupos se separan e inician un juego de pelota de cadera. En Mesoamérica se jugó la pelota de muchas maneras: con una pelota pequeña, que se golpeaba con el brazo, la mano o un bastón; otra con una pelota un poco más grande, que por su tamaño y peso sólo se puede golpear con la cadera. El juego de pelota de cadera es sin duda más espectacular; el único lugar donde todavía se jugaba en el país era Sinaloa, lo llaman Ulama y precisamente de esa región tuvieron que importar a los primeros jugadores las personas del parque que pensaron en recrear este juego. Los jugadores inician jugando a mantener el bote de la bola de un lado a otro de la parte central de la cancha, luego de un rato suben a los inclinados laterales de la cancha para tratar de pasar la bola por el centro de los anillos que se encuentran a los costados. Habría que aclarar que aunque la mayor parte del público desconoce el juego o lo ve por primera vez, muy pronto aplauden las buenas jugadas, se emocionan y ovacionan con entusiasmo. Más adelante se presenta una leyenda purépecha, al final de la cual hay otro juego de pelota, pero esta vez el juego es en la oscuridad, la pelota está cubierta de algún líquido inflamable, está encendida y la golpean de un extremo a otro de la cancha con unos bastones. De nuevo el público se emociona y ovaciona las mejores jugadas. El espectáculo va mejorando y el público parece admirar cada vez más esta recreación de las culturas prehispánicas, cuando por un extremo de escenario, aparecen otros actores vestidos de españoles; el efecto es de gran sorpresa y quizá hasta de consternación. En una bien lograda coreografía se simula la conquista, tanto la militar como la espiritual, esta última cuando algunos sacerdotes acaban por imponer la cruz encima de monolitos indígenas derrumbados. Más adelante el público aplaude cuando un indígena con una flauta interpreta una melodía junto a un conquistador que tañe una guitarra. En algún momento de la parte de la conquista, no lo recuerdo bien, aparece un sacerdote de gran penacho y máscara de cráneo en una plataforma en lo alto de la gradería. En el brazo del personaje hay una gran águila, misma que emprende el vuelo, el ave hace un majestuoso recorrido circular por lo alto del auditorio. En ese instante experimenté algo que no había tenido en años, un sentimiento de gran gozo ante la belleza de momento y una extraña y placentera sensación que me recorrió todo el cuerpo. El momento fue breve, pues el águila hizo un solo giro por lo alto del auditorio, para luego abandonarlo por una esquina.
La segunda parte del espectáculo consiste en bailes típicos de las diferentes regiones del país. La producción es magnífica tanto por los vestidos, la música y la detallada escenografía. Como en muchos espectáculos de este tipo, los bailes de Veracruz y Jalisco se dejan para el final. Me gustó mucho el tradicional baile de los viejitos de la región de Michoacán. El baile es hermoso, rítmico y muy bien montado, pero causa gran sorpresa y admiración del público, cuando al final del número, los danzantes se quitan del rostro las máscaras y sombreros y se advierte que todos ellos son personas mayores de 60 años de pelo cano o casi calvos. El número de cierre es magnífico; salen al escenario algunos de los personajes que han estado en los diferentes cuadros o bailes del espectáculo, unos cuantos ondean las banderas de varios países del mundo. De pronto se empiezan a escuchar las primeras notas del Son de la negra, melodía que hace brotar el sentimiento nacionalista en el pecho de todo buen mexicano. Al mismo tiempo aparece en el extremo del escenario un jinete en hermoso caballo, ataviado con un elegante traje de charro y portando la bandera de México. Al momento que entra al escenario, inician el vuelo tras de él ocho o diez grandes guacamayas en una explosión multicolor. Sobra decir que aquello que sentí al ver volar el águila, se repitió en este momento, pero esta vez por más tiempo. Las guacamayas ascienden hasta lo más alto y dan varias vueltas al auditorio. Confieso que fue tanta la emoción que incluso un par de lágrimas asomaron a mis ojos. El nacionalismo es un dogma de fe completamente irracional, todo en él es sentimiento y emoción. Más adelante reflexioné que mi arranque sentimental fue casi como el comportamiento de un perro de Pavlov, pero vaya que se sintió muy bien. Fue un momento sublime, magnífica manera de poner fin a un día inolvidable.
A la mañana siguiente descansamos en la playa y recorrimos algunos centros comerciales de Cancún por la tarde. Desde mi visita anterior han abierto nuevos lugares, me sorprendió uno llamado La isla, pues por su arquitectura, clientes y tiendas, me hacía sentir más en la península de la Florida que en la de Yucatán. Poco compramos, pero comimos muy bien en un lugar de comida china. Al volver al hotel por la tarde abordamos un autobús y nos tocó presenciar un incidente con un grupo de carteristas; fui afortunado una vez más; una parada más tarde yo hubiera sido la víctima.
Otro día visitamos Isla Mujeres. Muy temprano nos embarcamos desde un muelle en el que días después, según vimos en la televisión, se hundió un barco con turistas al dañarse el fondo de la embarcación en un arrecife. Nuestra travesía fue tranquila y sin problemas. De nuevo con un paquete, habíamos reservado que Ana y Daniela nadaran con delfines. Nosotros las observamos desde la distancia, ellas disfrutaron mucho la experiencia. Hicimos también un recorrido por la isla donde vimos otro tortugario, un hermoso acantilado en un extremo de la isla, el exterior del Parque Garrafón, algunas casas muy hermosas, los increíbles colores del mar Caribe y la población principal de la isla. Caminamos cerca de una hora por sus calles, muy angostas por cierto. El lugar no me resultó atractivo, hay muchas tiendas con artesanías baratas, feas y de poca calidad. Pensé en Tijuana, la población más visitada de México y el mundo, pero no precisamente la más hermosa. Justo al otro extremo de nuestro país creí ver otra Tijuana. Quizá así me pareció la población, luego de visitar los lujosos y sofisticados centros comerciales de Cancún. Busqué también una marisquería, tenía el firme propósito de probar un cocktail de caracol, pues nunca lo había comido. En pleno malecón encontré un buen lugar y ordené uno grande. El sabor del caracol no es muy fuerte, predominan los ingredientes complementarios, pero sí es muy característica su consistencia, firme sin llegar a dura, parecida a las del callo de hacha o la pata de mula que había probado en Mazatlán. Ahora tengo que probar el abulón, no de lata sino fresco, pero este se encuentra en la otra península de nuestro país, la de Baja California. Nuestro regreso a la ciudad de México fue también sin contratiempos, vaya que disfrutaron el viaje mis hijas, me imagino que todavía más, al constantemente recordar que debían estar trabajando en la escuela, mientras nadaban en las tibias aguas del Caribe mexicano.
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