Un memorable recorrido.
Hace algunas semanas llevé de paseo por los alrededores de la ciudad de Querétaro a una valiente dama que nos visitaba de una las universidades con las que tenemos intercambios internacionales. No era la primera vez que estaba en nuestro país y pronto advertí en ella un amplio conocimiento de nuestra cultura y un profundo interés por conocer todavía más. Habíamos iniciado nuestro recorrido un sábado muy temprano y para mediodía platicábamos entretenidamente sobre las costumbres y comida de México. Ella manifestó gran interés por probar el pulque y sobre todo por conocer una pulquería. Acordamos pues volver a la ciudad de Querétaro y visitar este particular tipo de establecimiento (ver La auténtica bebida nacional, junio 2009). Debo de confesar que tenía una cierta inquietud o temor pues no es el tipo de lugares a los que se lleva a directivos de instituciones educativas extranjeras. También me preguntaba sobre la posible reacción de los parroquianos del lugar ante la visita de una mujer evidentemente extranjera. Antes de entrar le manifesté a mi compañera mis dudas sobre la posible reacción a nuestra visita y le pedí que al entrar no me hablara, pues nos comunicábamos en inglés; que yo pediría dos pulques en la barra, luego buscaríamos un lugar para sentarnos rápidamente y quizá no llamar mucho la atención. Ya sentados evaluaríamos la situación y en caso que algo le desagradara o se sintiera incómoda me lo comunicara para salir del lugar. Entramos sin intercambiar palabra, pedí en la barra un curado de piña, un pulque natural y nos sentamos en el extremo de una larga mesa. La idea de pasar inadvertidos resultó fallida; tan pronto entramos todas las miradas de los 20 ó 25 clientes del lugar nos siguieron. Ahora ya es común la presencia femenina en cantinas y pulquerías, pero por ser evidentemente extranjera, la mayoría de las miradas eran hacia ella. Nos sentamos y le pregunté si se sentía muy incómoda, pero contestó que estaba bien y disfrutando la experiencia. Los clientes estaban en grupos, algunos de mujeres y hombres y otros solamente hombres. Algunos bebían en la barra, otros platicaban en mesas, todos escuchaban la música y bebían pulque o cerveza. Bebimos de nuestros pulques y observamos que algunos parroquianos empezaron a bailar. Ella ya me había manifestado su gusto y conocimiento del baile con música afroantillana y muy a tiempo me advirtió que si alguien le pedía salir a bailar, con gusto aceptaría. De una mesa frente a nosotros muy amablemente nos ofrecieron algunos cigarrillos, los cuales rechazamos, algo muy tonto de mi parte, pues no es la mejor de las costumbres rechazar algo que se le ofrece a uno de manera tan cordial. Ninguno de los dos fumaba, pero conozco como hacerlo y no hubiera sido mayor problema fumar un poco. Desgraciadamente advertí mi error a los 10 segundos de decir “muchas gracias, pero no fumamos”. Un minuto después un hombre solicitó mi permiso para sacar a mi acompañante a bailar, por suerte ella ya había manifestado que no le molestaría hacerlo, pues de otra manera no hubiera sabido bien cómo reaccionar o que contestar. A los 15 segundos una dama me tomó de la mano y salimos también a bailar; esta vez de inmediato acepté y agradecí la invitación, en lo que observaba a la otra pareja bailar. La persona que bailaba con ella, estaba muy contento sin duda y no paraba de platicarle algo a lo que le contestaba que no hablaba español, lo cual no impidió que él siguiera platicándole incluso con algunas palabras en inglés. Después de un par de piezas de música volvimos nuestro lugar muy contentos por la aceptación que habíamos tenido en el lugar y lo bien que estaba resultando nuestra experiencia en la pulquería. A los pocos minutos, desde la misma mesa frente a nosotros nos enviaron como obsequio una cerveza, la cual esta vez tuve que rechazar, para inmediatamente aconsejar a mi acompañante que era el momento de retirarnos, pues si permanecíamos íbamos a terminar bebiendo muchas cervezas o bailando toda la tarde. Agradecí de nuevo la generosidad a nuestros vecinos, me disculpé diciendo que todavía teníamos por delante un largo recorrido y me despedí; no sin antes pasar por la barra, pagar nuestros pulques y una cerveza para cada persona en la mesa desde la cual nos invitaron cigarros y bebida. Vaya que me equivoque sobre nuestra visita a la pulquería, anticipé un posible recelo u hostilidad y resultó todo lo contrario, tuvimos que abandonar del lugar por un exceso de cordialidad. El resto de la tarde recorrimos el mercado del Tepe (ver Seguro lo encuentras en el Tepe, mayo 2009), alcanzamos todavía a visitar un par de cantinas y a disfrutar casi dos horas del baile que hay todos los sábados por la tarde en la antigua estación del ferrocarril (ver Danzón dedicado, mayo 2008). Un día inolvidable, sin duda alguna.