domingo, 11 de diciembre de 2011

Un viaje muy feliz.













Reflexiones de un encuentro.
La carretera México–Querétaro es una de las vías más transitadas en todo el país, miles de camiones de carga, autobuses y automóviles circulan por ella día y noche, pues por ahí llegan a la ciudad capital artículos y personas del bajío, norte y noreste de México. A pesar del constante y pesado tráfico la carretera fluye muy bien habitualmente, hasta que entra al norte de la megalópolis. Para los automovilistas es una carretera amplia y rápida pero quizá un poco incómoda por compartir el camino con tantos rápidos, grandes y pesados camiones de carga. Los accidentes suceden con regularidad, pero es especial en un tramo ya para llegar a la ciudad de México entre Jilotepec y Tepeji del Río. El camino desciende de forma constante por casi 10 kilómetros y tanto automóviles como camiones alcanzan grandes velocidades. Cuando los accidentes involucran uno o varios de los grandes tráileres es común que la carretera quede bloqueada desde algunos minutos hasta dos o tres horas. Ya en un par de ocasiones me había tocado esperar detenido por más de una hora en lo que limpiaban el camino de restos de vehículos accidentados. El pasado mes de noviembre, fui a la ciudad de México a visitar a mi madre y a arreglar algunas cosas. Temprano por la tarde terminé lo necesario y decidí regresar a Querétaro a descansar. Justo al pasar por Tepeji del Río el flujo por la carretera se detuvo por completo. Desde el lugar donde quedé detenido podía ver cerca de un kilómetro hacia adelante y todo era una triple fila de autos, camiones y autobuses detenidos, así como pocos o ningún vehículo circulando en el sentido opuesto. Algunas personas incluso se apearon y caminaban o platicaban cerca de su auto. Como a la media hora de estar detenidos, advertí entre la larga fila de autos a un personaje con una gran bolsa en la cual cargaba y vendía bebidas, algunos dulces o alimentos. Me sorprendí por el hecho, los accidentes que detienen el tráfico en esta carretera por horas, sin duda han de ser frecuentes, si ya hay personas que tienen todo listo para vender productos a los conductores atorados. No compré nada, pero cuando luego de 90 minutos reiniciamos nuestra marcha lentamente, pude ver tres o cuatro vendedores más en lo que llegamos hasta el punto del accidente. No es necesario matricularse en cursos de emprendedurismo o estudiar negocios en la universidad para advertir la oportunidad de beneficio económico en situaciones que suceden a nuestro entorno. No pregunté, pero me imagino que estos vendedores viven a unos cientos de metros de la carretera y cuando advierten que el tráfico se detiene, prestos acuden a vender sus productos.
Había pensado llegar a Querétaro temprano para descansar un poco y quizá salir luego con la familia, pero ahora iba ya muy tarde y algo fastidiado. Estaba pues molesto por el contratiempo; en eso vi, circulando en sentido contrario rumbo a la ciudad de México uno de esos camiones con grandes jaulas divididas en compartimientos y en cada uno dos o tres grandes cerdos. Muchas veces los he visto al circular por la misma carretera y además de notar su fuerte olor, he sentido lástima o compasión por los animales que van muy incómodos, expuestos al frió, viento y a los que cae de los animales arriba de ellos. Pero mucho peor que el viaje es su destino, un matadero donde encontrarán un final muy cruel. Dentro de mi disgusto por el contratiempo encontrado, me comparé con los cerdos y en un momento me sentí feliz, satisfecho y muy afortunado. El resto del camino me puse a escuchar música, a valorar todo lo bueno en mi vida y a pensar que debería encontrar más seguido camiones con cerdos para poner todo en una mejor perspectiva.

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