Eterno
descubrimiento
A veces me preguntan qué estados de México o
países conozco y la verdad es que he visitado algunos, pero no conozco ninguno.
Viajar es sin duda un gran placer donde se aprende, pero difícilmente se llegan
a conocer los lugares visitados. “Tener una idea clara de las cosas” es como
definen conocer e implica un buen o cabal entendimiento del objeto. Sin duda en
cada visita que uno repite a cualquier lugar aumenta lo descubierto, pero cuándo
podríamos decir que en verdad conocemos.
Casi medio siglo viví en la ciudad de México y todavía la sigo descubriendo.
Hay un sinnúmero de museos, estaciones del metro, restaurantes, taquerías,
pulquerías, cantinas, galerías, edificios históricos, calles, cines, parques,
escuelas, bibliotecas, mercados, barrios, que seguro no conozco y ni siquiera
he visitado. Esta consideración no debe desanimarnos, por el contrario, debe
alentarnos a seguir viajando y encontrando al tener en mente que el placer de
descubrir y aprender es prácticamente infinito como la Biblioteca de Babel. Con las personas es quizá todavía más
complejo; contradeciré al compositor de las rimas forzadas Arjona, que en su
canción Te conozco presume de ser un
experto en su antigua pareja, quiero pensar que todavía hay mucho que encontrar
en mi esposa Estrella con la que tengo casi 40 años de compartir la vida.
Modificaré pues la sentencia de Orozco, “cuando visito no conozco”.
El año pasado estuve una vez más la población
de Bernal, que por su reducido tamaño y múltiples visitas previas no me gustaba
ya tanto. Esta vez acompañé a un pequeño grupo de estudiantes, que con el grupo
estudiantil Reflex de aficionados a
la fotografía, participaron en un campamento fotográfico. Estuvimos apenas un
par de días, pero por primera vez pernocté ahí y encontré que hay en este
Pueblo Mágico mucho más de lo que había imaginado. Había comido en sus
restaurantes y mercado, visitado muchas de sus tiendas, caminado sus calles,
pero nunca pensé en lo que podría haber tras la peña. Para reducir los costos
del viaje no usamos un hotel o cabaña, nos quedamos en el albergue Chichidhó que se encuentra a unos cuantos
cientos de metros del monolito, en su parte casi desconocida por estar en el
lado opuesto a la población. Chichidhó EcoPark es más que un lugar para
pasar las noches, la propiedad abarca casi 20 hectáreas y además de las
instalaciones de hospedaje tiene mucha naturaleza en senderos, rocas, flora y
fauna. Para llegar en auto debe uno pasar Bernal y enfilarse hacia Tolimán,
pero apenas un par de kilómetros adelante se encuentra el poblado de San
Antonio de la Cal, por ahí se entra y se avanza varios centros de metros al
otro extremo de la población. También desde el lugar donde inicia la
tradicional subida a la peña, siguiendo hasta el fondo de la calle Corregidora,
tras una puerta de madera inicia un sendero que conduce por unos dos kilómetros
de hermosa y tranquila caminata hasta el campamento. En Chichidhó no hay restaurante, pero sí una gran cocina que los huéspedes
pueden usar para preparar sus alimentos. Hay también varias mesas en una
terraza con una insuperable vista hacia el Bernal.
Aunque el albergue cuenta con algunas
habitaciones, la mayor parte de los huéspedes pernoctan en tiendas de campaña y
debe haber espacio para decenas de ellas. Hay lugar para fogatas y por supuesto
baños y regaderas para los campistas. La
mayor parte de los que visitan Chichidhó
son aficionados a la escalada en roca y bueno ahí está la roca más grande de
México con múltiples rutas de escalada de variados grados de dificultad. Se les ve pasar con sus cascos, arneses,
mosquetones, cintas, cuerdas, zapatos especiales y cargando en la espalda los voluminosos crash pads cual pípilas posmodernos. Puedes
ir con tus canes, pero debes hacerte responsable de ellos. Aunque no escales en
roca, puedes visitar el lugar, disfrutar su tranquilidad, caminar por sus
senderos, dormir bajo las estrellas y descansar plácidamente.