Retornos.
En los últimos días tuve la interesante oportunidad de volver a un par de lugares de mi pasado no tan remoto. A mediados de diciembre (2007) fui al campus Ciudad de México del ITESM, lugar en el que trabajé por doce años, a tomar un curso sobre historia del siglo XX. No había vuelto al lugar desde diciembre del 2005, aunque sí me he mantenido en contacto con mis amigos. Dos años no son mucho, pero aún así me sorprendí a mi llegada, al ver que los guardias de la entrada me recordaban y saludaban con gusto, mientras yo les trataba de explicar que venía del campus Querétaro a un curso. Observé algunos cambios físicos en los exteriores, pero lo importante fue el rencuentro con muchas personas que estimaba y sin importar el tiempo y la distancia, sigo estimando. Algunos estudiantes se acercaron para saludarme y también me sorprendí de sentir mucho, pero mucho gusto de verlos; en los jóvenes los cambios de dos años son más evidentes. El curso se canceló al segundo día, pero vaya que fue una experiencia muy agradable volver al pasado y darse cuenta cuan importante es, y no lo digo por ser historiador. No faltó quien me preguntara si volvería a la gran Tenochtitlán; pues es mi ciudad, mi origen, en ella viví muy feliz, pero definitivamente la calidad de vida de mi familia es superior en Querétaro.
En los últimos días del 2007 los López Rodríguez visitamos la ciudad de San Luis Potosí. Mis ancestros López son originarios de ese estado y tengo parientes algo lejanos en la capital y en Ciudad Valles; incluso conocí a algunos en visitas durante mi niñez. Pero recordaba sobre todo dos o tres visitas que hice solo y ya adulto hace cerca de 25 años. San Luis Potosí está a dos horas en automóvil desde Querétaro, por una buena carretera con cuatro carriles y con pocas curvas. La última vez que manejé ese tramo, apenas algunas partes eran a cuatro carriles. La ciudad siempre me pareció bonita, incluso alguna vez pensé que sería una buena opción para escapar del D.F. Recordaba sus angostas calles del centro y sobre todo sus múltiples edificios con hermosas fachadas en piedra. La ciudad ha crecido mucho, pienso que más en extensión que en población. La larga entrada a la ciudad se hace rápidamente a través de una gran vialidad cerrada que lo conduce a uno sin semáforos hasta los límites del centro histórico. Tanto la plaza principal como algunas de las calles cercanas han sido cerradas a los automóviles, de manera que además de tener una mayor tranquilidad, se pueden recorrer sus principales atractivos cómodamente a pie. Desayunamos en un hotel del centro que ofrecía un seductor buffet y ya con la barriga llena empezamos el paseo. A unos cuantos pasos visitamos la Catedral, su irregular fachada es hermosa, pero me agradó mucho más su interior. Limpio, iluminado, amplio y muy bien conservado. Tiene dorados en sus altares, muros, techos y columnas, pero no excesivos y el interior de su cúpula es muy hermoso a la luz del sol matutino. A unas cuantas cuadras está también el interesante templo de San Francisco, al igual que el resto de la ciudad destaca en el lugar su arquitectura en un magnífico tallado en piedra. Sus altares no son de madera o yesería sino de cantera gris muy oscura. En la calle del costado hay múltiples puestos con variadas artesanías, desgraciadamente la mayor parte de ellas no son potosinas y sí las mismas que se expenden por todo México. Mis hijas compraron algunas pulseras de listones multicolores y cuentas, al parecer hechas en la ciudad. Esta calle conduce al Museo Regional, que tiene un modesto contenido pero notable arquitectura y particular distribución. Visitamos también el barroco templo del Carmen y el neoclásico Teatro de la Paz.
El paseo no pudiera considerarse completo sin pasar a una de las renombradas dulcerías potosinas Costanzo. Compramos algunos dulces, chocolates y también un frasco de cabuches en salmuera. Los cabuches son los botones o flores tiernas de la bisnaga, del tamaño de un dedal. No son un ingrediente netamente potosino, más bien de todo el semidesierto mexicano. Había leído sobre ellos pero nunca los había encontrado. También tenía la idea de visitar uno de los mercados de la localidad para comprar una buena cantidad de las famosas enchiladas potosinas. Son pequeñas quesadillas donde la masa se mezcla con chile ancho y por ende la tortilla tiene su sabor (no pican) y un color anaranjado; se rellenan de queso y muy poca salsa verde. Las enchiladas son secas y sus ingredientes se mantienen comestibles por días o semanas sin refrigeración. Hoy en día se venden congeladas en muchos supermercados del país, pero prefiero las no congeladas y netamente potosinas. En visitas anteriores compré cientos de ellas y llenaba una gran caja de cartón, para distribuirlas entre mi familia y consumirlas por semanas. No tuve que ir al mercado, pues en una de las calles de nuestro recorrido encontramos una pequeña fábrica, donde se vendían sin congelar. Me pude dar el lujo de comprar un paquete grande de enchiladas con doble queso, no fue la gran caja de antes, pero dudo que mis hijas vieran con entusiasmo la posibilidad de comer, desayunar o cenar este platillo por las siguientes tres semanas. En casa estas enchiladas simplemente se freían y aderezaban de cebolla picada y crema al gusto.
Muy cerca del centro turístico, está también una zona netamente comercial, obviamente no tan hermosa, limpia o atractiva. Me recordó un poco la situación en la ciudad de México entre el Centro Histórico y la zona de la Merced. Hay grandes bodegas de todo tipo de mercancías, pequeñas tiendas e incluso como en la Merced, mujeres públicas en las calles. No me espanta, ni me ofende, por ahí pasó el recorrido familiar, pero se me hizo curioso que la zona de tolerancia se encontrara a escasas cuatro cuadras de la plaza principal y en plena actividad al empezar la tarde.
Al final del día, algo cansados y con nuestro preciado cargamento de dulces, artesanías y enchiladas, iniciamos el camino de regreso a Querétaro.
En los últimos días tuve la interesante oportunidad de volver a un par de lugares de mi pasado no tan remoto. A mediados de diciembre (2007) fui al campus Ciudad de México del ITESM, lugar en el que trabajé por doce años, a tomar un curso sobre historia del siglo XX. No había vuelto al lugar desde diciembre del 2005, aunque sí me he mantenido en contacto con mis amigos. Dos años no son mucho, pero aún así me sorprendí a mi llegada, al ver que los guardias de la entrada me recordaban y saludaban con gusto, mientras yo les trataba de explicar que venía del campus Querétaro a un curso. Observé algunos cambios físicos en los exteriores, pero lo importante fue el rencuentro con muchas personas que estimaba y sin importar el tiempo y la distancia, sigo estimando. Algunos estudiantes se acercaron para saludarme y también me sorprendí de sentir mucho, pero mucho gusto de verlos; en los jóvenes los cambios de dos años son más evidentes. El curso se canceló al segundo día, pero vaya que fue una experiencia muy agradable volver al pasado y darse cuenta cuan importante es, y no lo digo por ser historiador. No faltó quien me preguntara si volvería a la gran Tenochtitlán; pues es mi ciudad, mi origen, en ella viví muy feliz, pero definitivamente la calidad de vida de mi familia es superior en Querétaro.
En los últimos días del 2007 los López Rodríguez visitamos la ciudad de San Luis Potosí. Mis ancestros López son originarios de ese estado y tengo parientes algo lejanos en la capital y en Ciudad Valles; incluso conocí a algunos en visitas durante mi niñez. Pero recordaba sobre todo dos o tres visitas que hice solo y ya adulto hace cerca de 25 años. San Luis Potosí está a dos horas en automóvil desde Querétaro, por una buena carretera con cuatro carriles y con pocas curvas. La última vez que manejé ese tramo, apenas algunas partes eran a cuatro carriles. La ciudad siempre me pareció bonita, incluso alguna vez pensé que sería una buena opción para escapar del D.F. Recordaba sus angostas calles del centro y sobre todo sus múltiples edificios con hermosas fachadas en piedra. La ciudad ha crecido mucho, pienso que más en extensión que en población. La larga entrada a la ciudad se hace rápidamente a través de una gran vialidad cerrada que lo conduce a uno sin semáforos hasta los límites del centro histórico. Tanto la plaza principal como algunas de las calles cercanas han sido cerradas a los automóviles, de manera que además de tener una mayor tranquilidad, se pueden recorrer sus principales atractivos cómodamente a pie. Desayunamos en un hotel del centro que ofrecía un seductor buffet y ya con la barriga llena empezamos el paseo. A unos cuantos pasos visitamos la Catedral, su irregular fachada es hermosa, pero me agradó mucho más su interior. Limpio, iluminado, amplio y muy bien conservado. Tiene dorados en sus altares, muros, techos y columnas, pero no excesivos y el interior de su cúpula es muy hermoso a la luz del sol matutino. A unas cuantas cuadras está también el interesante templo de San Francisco, al igual que el resto de la ciudad destaca en el lugar su arquitectura en un magnífico tallado en piedra. Sus altares no son de madera o yesería sino de cantera gris muy oscura. En la calle del costado hay múltiples puestos con variadas artesanías, desgraciadamente la mayor parte de ellas no son potosinas y sí las mismas que se expenden por todo México. Mis hijas compraron algunas pulseras de listones multicolores y cuentas, al parecer hechas en la ciudad. Esta calle conduce al Museo Regional, que tiene un modesto contenido pero notable arquitectura y particular distribución. Visitamos también el barroco templo del Carmen y el neoclásico Teatro de la Paz.
El paseo no pudiera considerarse completo sin pasar a una de las renombradas dulcerías potosinas Costanzo. Compramos algunos dulces, chocolates y también un frasco de cabuches en salmuera. Los cabuches son los botones o flores tiernas de la bisnaga, del tamaño de un dedal. No son un ingrediente netamente potosino, más bien de todo el semidesierto mexicano. Había leído sobre ellos pero nunca los había encontrado. También tenía la idea de visitar uno de los mercados de la localidad para comprar una buena cantidad de las famosas enchiladas potosinas. Son pequeñas quesadillas donde la masa se mezcla con chile ancho y por ende la tortilla tiene su sabor (no pican) y un color anaranjado; se rellenan de queso y muy poca salsa verde. Las enchiladas son secas y sus ingredientes se mantienen comestibles por días o semanas sin refrigeración. Hoy en día se venden congeladas en muchos supermercados del país, pero prefiero las no congeladas y netamente potosinas. En visitas anteriores compré cientos de ellas y llenaba una gran caja de cartón, para distribuirlas entre mi familia y consumirlas por semanas. No tuve que ir al mercado, pues en una de las calles de nuestro recorrido encontramos una pequeña fábrica, donde se vendían sin congelar. Me pude dar el lujo de comprar un paquete grande de enchiladas con doble queso, no fue la gran caja de antes, pero dudo que mis hijas vieran con entusiasmo la posibilidad de comer, desayunar o cenar este platillo por las siguientes tres semanas. En casa estas enchiladas simplemente se freían y aderezaban de cebolla picada y crema al gusto.
Muy cerca del centro turístico, está también una zona netamente comercial, obviamente no tan hermosa, limpia o atractiva. Me recordó un poco la situación en la ciudad de México entre el Centro Histórico y la zona de la Merced. Hay grandes bodegas de todo tipo de mercancías, pequeñas tiendas e incluso como en la Merced, mujeres públicas en las calles. No me espanta, ni me ofende, por ahí pasó el recorrido familiar, pero se me hizo curioso que la zona de tolerancia se encontrara a escasas cuatro cuadras de la plaza principal y en plena actividad al empezar la tarde.
Al final del día, algo cansados y con nuestro preciado cargamento de dulces, artesanías y enchiladas, iniciamos el camino de regreso a Querétaro.
1 comentario:
Mi familia es de San Luis, viejo!
Bella ciudad colonial!
Berlín es chingón, pero México, ni por tantito, se queda atrás. nomás de leerte y ver tus fotos me dieron ganas de estar un rato allá de nuevo.
Te estimo mucho, Viejo, amigo.
Lutzzz...
P.D.
Acaba de pasar una güera, que ya hizo que me dieran más ganas de quedarme acá! jeje...
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