El parque de las ardillas.
Cerca de cuarenta y cinco años viví en la gigantesca ciudad de México (ahora CDMX), por lo que como habitante
urbano, casi siempre me sorprendía cualquier encuentro con vida silvestre. Más
allá de ratas y gorriones, pocos animales eran vistos en la ciudad. Me gustaba
ver y saber que había algunas aves mayores, tlacuaches, ardillas o pequeñas
serpientes en el pedregal de San Ángel. Recuerdo que cuando mi padre trabajaba
en la construcción de la Centro Cultural Ollin Yoliztli a un costado de
periférico sur, traté de capturar en una trampa de jaula alguna ardilla para
llevarla a los árboles de la preparatoria donde estudiaba. Años más adelante
cuando vivimos en San Bartolo Ameyalco, rumbo al desierto de los Leones, acostumbraba
poner arroz y otras semillas en el jardín para observar y entretenerme con la
gran variedad de aves que llegaban a alimentarse. En los viajes que he hecho
por la república también recuerdo con emoción el efímero encuentro, casi
siempre en las carreteras, con mapaches, coatíes, linces, coyotes, liebres,
conejos y grandes víboras de cascabel Es por el asombro que todavía me produce la vida silvestre que disfrute mucho el hecho
de que el parque de Tlacoquemécatl, escenario de mis juegos infantiles en el
sur de la colonia Del Valle, tiene ahora en sus árboles decenas de hermosas, ágiles
y juguetonas ardillas. Allá por los años sesenta del siglo pasado asistía al
templo del Señor del Buen Despacho, incluso fui acólito en sus misas dominicales.
Iglesia y parque estaban apenas a una cuadra de nuestro hogar, recorrí en
bicicleta, jugué fútbol y muchas otras cosas en el parque.
En esos años no había tantos árboles y los pocos que había no eran tan grandes.
Ahí nos reuníamos los niños del vecindario para jugar por horas cada tarde y en
largos sábados. Ahora ahí se juega basquetbol en dos canchas que no existían en
mi infancia y el parque es más un lugar de paseo y descanso para la mayoría de
su visitantes, muchos acompañados por sus perros. Celebro a la persona que
decidió llevar algunas ardillas a vivir al ahora pequeño bosque. Por las
mañanas se les ve corretear con gran agilidad y pasar de árbol en árbol con
grandes brincos entre sus ramas. A veces, cuando no hay canes en la cercanía, bajan al piso y se acercan a las personas
esperando las alimenten. Me imagino que la comida no les falta, pues su número
ha crecido en los últimos años. Las hay negras y de color café con gris y
parecen ser cerca de medio centenar. En cincuenta años me ha tocado ver los
cambios en el parque de mi infancia y disfruto mucho que ahora se encuentre
convertido en un pequeño zoológico con animales tan graciosos.