De
peluquerías, estéticas y barberías.
Hace más de medio siglo mi padre nos llevaba algunos
sábados por la mañana a mi hermano y a mí a la Peluquería Avenida, justo en la avenida Coyoacán en la ciudad de
México. Recuerdo que pasábamos ahí dos horas o más, pues el lugar estaba lleno y
había que esperar turno. No recuerdo que fuera algo desagradable o poco
deseado, pues en un pequeño mueble del lugar había periódicos, revistas y
decenas de comics o cuentos que nos encantaba leer o quizá solo ver, pues
algunos años de seguro todavía no sabía leer. En casa de mis tías ya había
conocido muchos de los cuentos que en esos años publicaba Editorial Novaro, como las Historietas
de Walt Disney, Archi, Lorenzo y Pepita, El Pájaro Loco,
La Zorra y el Cuervo, La Pequeña Lulú, Periquita y Tuco y Tico, las
Urracas Parlanchinas. Pero en la peluquería conocí muchos de los comics que
luego se convertirían en clásicos del género, como Superman, Batman, El Capitán América, La Familia Burrón, Kaliman,
Chanoc, Fantomas, Las Aventuras de Capulina,
Los Super Sabios, Memín Pingüín, Hermelinda Linda y el Lagrimas,
Risas y Amor. La peluquería fue algo así como una biblioteca infantil que
amplió mis horizontes. Además del mueble con publicaciones, a los hombres
adultos les prestaban unas revistas ilustradas, pero solamente cuando ya se estaban
sentados; revistas que no podían estar al alcance de niños.
Había cinco o seis sillones de peluquero y cerca
de diez sillas o más para esperar. Los viejos sillones de peluquero eran de
altura ajustable y también se podían reclinar para rasurar al cliente. Para cortar
el pelo a los niños, colocaban sobre los descansabrazos del sillón unos
pequeños asientos circulares. Recuerdo que había muchos clientes, los
peluqueros, un bolero, a veces una manicurista y el ayudante de los peluqueros
o chícharo, como se le conocía. Se ofrecían también bebidas no alcohólicas en
lo que a uno le cortaban el cabello. Podíamos decir que se ofrecía servicio
completo que ha de haber durado bastante y de ahí las largas esperas. Me
gustaba ver el pequeño mueble metálico con toallas calientes para aquellos que
se rasuraban y recuerdo que llamaba mi atención la manera que afilaban las
navajas en largas tiras de cuero. Todavía pienso en la peluquería al oler
loción de lavanda, que se usaban al final de cada rasurada. Yo creo que cuando
tendría entre diez o doce años la peluquería cerró y aunque seguí viendo a
algunos de los peluqueros que conocía en otros establecimientos de la colonia,
esa gran peluquería, maravilloso lugar, se extinguió para siempre. En los años
setenta aparecieron los establecimientos conocidos como estéticas, que no eran
más que un lugar para cortarse el pelo, pero con pretensiones de hacerlo de
forma muy artística, novedosa o profesional y cobrando mucho más que las
peluquerías. El mobiliario de dichos lugares los hacía parecer más salones de
belleza, pero para no alejar a los clientes que se sentían muy hombres, dejaban
en claro que no había nada que temer, pues ponían un gran letrero que decía
Estética Unisex. Las peluquerías no desaparecieron, pero disminuyeron en número
y tamaño. En los últimos cinco o más años han reaparecido en México y el
extranjero algunos establecimientos que me recuerdan a la antigua Peluquería Avenida, pero ahora las
llaman barberías y cobran mucho más que las peluquería e incluso las estéticas.
Volvieron los viejos sillones de peluquero, las rasuradas, la manicura, la
aplicación de tónicos e incluso alguna bebida alcohólica. Cobran más del doble
que algunas estéticas o peluquerías, pero son lugares muy hermosos y con un
aire de nostalgia.
Yo prefiero seguir asistiendo a una verdadera peluquería
y pagar poco, no por cuidar el gasto familiar, sino porque me queda muy poco
pelo y gastar más es un desperdicio. Tengo ya algunos años de ir a la Peluquería Darf que se encuentra en la histórica calle de Invierno, justo a
costado del Jardín de los Platitos (véase Romántico rinconcito queretano, febrero 2015). Esta calle, que es la continuación de Juárez,
era la antigua salida de Querétaro hacía el norte y se dice que por ahí salió
Ignacio Pérez a llevar el recado de la Corregidora al capitán Allende. También
por ella se llegaba desde inicios del siglo XX a la estación del ferrocarril, atravesando
el Puente Grande. La Peluquería Darf
se encuentra en un local del hotel RJ y es atendida por don Fernando y don Arturo Matehuala,
maestros peluqueros con más de treinta años de experiencia y miembros de una reconocida familia del queretanísimo barrio de La Cruz. Ofrecen cortes de
pelo, de barba, de bigote, rasuradas y otros servicios que me hacen recordar un poco a las antiguas
peluquerías. El precio es módico, menos de cien pesos, pero el servicio o
atención es inmejorable, agradécelo con una buena propina. Ahí no hay muebles
con un gran surtido de comics, ni dan revistas especiales a los caballeros ya
sentados, pero no iría a ningún otro lugar.