lunes, 19 de junio de 2017

¡Que no te tomen el pelo!

De peluquerías, estéticas y barberías.
Hace más de medio siglo mi padre nos llevaba algunos sábados por la mañana a mi hermano y a mí a la Peluquería Avenida, justo en la avenida Coyoacán en la ciudad de México. Recuerdo que pasábamos ahí dos horas o más, pues el lugar estaba lleno y había que esperar turno. No recuerdo que fuera algo desagradable o poco deseado, pues en un pequeño mueble del lugar había periódicos, revistas y decenas de comics o cuentos que nos encantaba leer o quizá solo ver, pues algunos años de seguro todavía no sabía leer. En casa de mis tías ya había conocido muchos de los cuentos que en esos años publicaba Editorial Novaro, como las Historietas de Walt Disney, Archi, Lorenzo y Pepita, El Pájaro Loco, La Zorra y el Cuervo, La Pequeña Lulú, Periquita y Tuco y Tico, las Urracas Parlanchinas. Pero en la peluquería conocí muchos de los comics que luego se convertirían en clásicos del género, como Superman, Batman, El Capitán América, La Familia Burrón, Kaliman, Chanoc, Fantomas, Las Aventuras de Capulina, Los Super Sabios, Memín Pingüín, Hermelinda Linda y el Lagrimas, Risas y Amor. La peluquería fue algo así como una biblioteca infantil que amplió mis horizontes. Además del mueble con publicaciones, a los hombres adultos les prestaban unas revistas ilustradas, pero solamente cuando ya se estaban sentados; revistas que no podían estar al alcance de niños.






Había cinco o seis sillones de peluquero y cerca de diez sillas o más para esperar. Los viejos sillones de peluquero eran de altura ajustable y también se podían reclinar para rasurar al cliente. Para cortar el pelo a los niños, colocaban sobre los descansabrazos del sillón unos pequeños asientos circulares. Recuerdo que había muchos clientes, los peluqueros, un bolero, a veces una manicurista y el ayudante de los peluqueros o chícharo, como se le conocía. Se ofrecían también bebidas no alcohólicas en lo que a uno le cortaban el cabello. Podíamos decir que se ofrecía servicio completo que ha de haber durado bastante y de ahí las largas esperas. Me gustaba ver el pequeño mueble metálico con toallas calientes para aquellos que se rasuraban y recuerdo que llamaba mi atención la manera que afilaban las navajas en largas tiras de cuero. Todavía pienso en la peluquería al oler loción de lavanda, que se usaban al final de cada rasurada. Yo creo que cuando tendría entre diez o doce años la peluquería cerró y aunque seguí viendo a algunos de los peluqueros que conocía en otros establecimientos de la colonia, esa gran peluquería, maravilloso lugar, se extinguió para siempre. En los años setenta aparecieron los establecimientos conocidos como estéticas, que no eran más que un lugar para cortarse el pelo, pero con pretensiones de hacerlo de forma muy artística, novedosa o profesional y cobrando mucho más que las peluquerías. El mobiliario de dichos lugares los hacía parecer más salones de belleza, pero para no alejar a los clientes que se sentían muy hombres, dejaban en claro que no había nada que temer, pues ponían un gran letrero que decía Estética Unisex. Las peluquerías no desaparecieron, pero disminuyeron en número y tamaño. En los últimos cinco o más años han reaparecido en México y el extranjero algunos establecimientos que me recuerdan a la antigua Peluquería Avenida, pero ahora las llaman barberías y cobran mucho más que las peluquería e incluso las estéticas. Volvieron los viejos sillones de peluquero, las rasuradas, la manicura, la aplicación de tónicos e incluso alguna bebida alcohólica. Cobran más del doble que algunas estéticas o peluquerías, pero son lugares muy hermosos y con un aire de nostalgia.




Yo prefiero seguir asistiendo a una verdadera peluquería y pagar poco, no por cuidar el gasto familiar, sino porque me queda muy poco pelo y gastar más es un desperdicio. Tengo ya algunos años de ir a la Peluquería Darf que se encuentra en la histórica calle de Invierno, justo a costado del Jardín de los Platitos (véase Romántico rinconcito queretano, febrero 2015). Esta calle, que es la continuación de Juárez, era la antigua salida de Querétaro hacía el norte y se dice que por ahí salió Ignacio Pérez a llevar el recado de la Corregidora al capitán Allende. También por ella se llegaba desde inicios del siglo XX a la estación del ferrocarril, atravesando el Puente Grande. La Peluquería Darf se encuentra en un local del hotel RJ y es atendida por don Fernando y don Arturo Matehuala, maestros peluqueros con más de treinta años de experiencia y miembros de una reconocida familia del queretanísimo barrio de La Cruz. Ofrecen cortes de pelo, de barba, de bigote, rasuradas y otros servicios que me hacen recordar un poco a las antiguas peluquerías. El precio es módico, menos de cien pesos, pero el servicio o atención es inmejorable, agradécelo con una buena propina. Ahí no hay muebles con un gran surtido de comics, ni dan revistas especiales a los caballeros ya sentados, pero no iría a ningún otro lugar. 





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