viernes, 26 de octubre de 2018

Los muertos que no provocan miedo



Días de muertos en México.
Dentro del calendario de fiestas populares mexicanas la de días de muertos es de las más importantes, junto con las celebraciones de Semana Santa y Navidad; pero sin duda alguna, es esta primera la que podemos considerar la más mexicana de las tres, pues contiene bastantes elementos diferentes a esas mismas fiestas en otros lugares del planeta. Precisamente el carácter distinto de esta celebración está dado por la fuerte influencia o presencia de elementos de la cultura prehispánica o indígena.

Escultura teotihuacana
La fiesta de días de muertos de México era conocida, estudiada y comentada en todo el mundo; incluso ya lo era aún antes de que la película Coco de Disney (2017) se ocupara y difundiera el tema. Llama la atención la importancia de la fiesta en el país, así como la familiaridad del mexicano con un tema que en otras partes es de mal gusto o tabú: la muerte. En México tal como lo dice Octavio Paz en El laberinto de la soledad  “La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida. El mexicano no solamente postula la intrascendencia del morir, sino la del vivir. Nuestras canciones, refranes, fiestas y reflexiones populares manifiestan de una manera inequívoca que la muerte no nos asusta porque “la vida nos ha curado de espantos” Morir es natural y hasta deseable; cuanto más pronto, mejor. Nuestra indiferencia ante la muerte es la otra cara de nuestra indiferencia ante la vida” Todos conocen el pan de muerto, los dulces en forma de esqueleto o cráneo, los versos rimados que se burlan de la muerte; el fin de la vida es un tema cotidiano y no necesariamente solemne, incluso festivo.

La muerte divierte

Pan de muerto


El culto a los muertos en lo que ahora es el territorio mexicano tiene cerca de 4 000 años de antigüedad. Los pueblos mesoamericanos, como casi todos los grupos antiguos de agricultores, creían en algún tipo de existencia después de la muerte, pues de alguna manera asociaban la cíclica vida vegetal con la suya. En excavaciones realizadas en asentamientos del horizonte preclásico como Tlatilco, Cuicuilco, Zacatenco o Copilco de hace casi cuatro mil años, ya se aprecia la costumbre de inhumar a sus muertos en fosas y con algunos objetos personales o asociados que implican una creencia en algún tipo de existencia más allá de la muerte. Así posteriormente en todas las culturas mesoamericanas encontramos entierros con cerámica decorada en rojo, implementos de uso personal, comida, bebida, figuras de dioses, juguetes y a veces perros o personas sacrificadas como acompañantes. En algunas ocasiones estos entierros eran ricos en ofrendas como la famosa tumba 7 de Monte Albán, la tumbas de Pacal o la Reina Roja en Palenque o las numerosas tumbas en la isla de Jaina. Entre más compleja la cultura, mejor elaborados los sepulcros y ofrendas.

Reina Roja Palenque

Escultura funeraria maya isla de Jaina
Es evidente la importancia del culto a los muertos en las culturas mesoamericanas, si bien es cierto que la mayor parte del conocimiento sobre el tema es incompleta pues éste sólo puede ser supuesto o inferido de los restos arqueológicos. Solamente de algunas culturas, de las cuales quedan textos propios o testimonios españoles de la época de la conquista, se tiene un conocimiento mayor de sus creencias y ritos con respecto a la muerte. Tal es el caso de la cultura Mexica (o Azteca) de la cual tenemos bastante información, ésta seguramente compartió muchas creencias y ritos con el resto de los pueblos mesoamericanos.

Revisemos pues las costumbres funerarias mexicas. La religión regía la vida y muerte de este pueblo; sabemos que todos los aspectos de su existir individual y colectivo se encontraba supeditado a creencias y mandatos religiosos. Ellos creían que la muerte era el paso a otro tipo de vida y lugar. En sus creencias la determinación de su destino después de la muerte no obedecía a su conducta en esta vida, sino al tipo al tipo de muerte o la ocupación del difunto. Así por ejemplo, los que morían ahogados, por rayo o alguna enfermedad relacionada con el agua, iban al Tlalocan o paraíso de Tlaloc, situado al sur. Este era el lugar de la fertilidad, donde crecían toda clase de árboles frutales y en donde se gozaba de una vida de alegría entre juegos y cantos. Las mujeres muertas en el parto iban al paraíso occidental llamado Cincalco o casa del maíz, de ahí venían a la tierra como fantasmas de mal agüero. Los guerreros muertos en combate o en la piedra de los sacrificios iban a Tonatiuhchan o casa del sol, a acompañar al astro rey en jardines llenos de flores y a saludarlo golpeando sus escudos al amanecer. Después de cuatro años estos guerreros volvían a la tierra como colibríes o aves de rico plumaje. Las almas comunes y corrientes, las de la mayoría del pueblo, iban al Mictlán o inframundo situado al norte. Antes debían pasar una serie de pruebas para alcanzar el descanso definitivo. La primera era el cruce de un río, el cual se hacía con la ayuda o guía de un perro. Enseguida se tenía que pasar entre dos montañas que se cerraban. La siguiente prueba era pasar por una montaña de obsidiana. En el cuarto inframundo soplaba un viento helado que cortaba como navajas de obsidiana. El quinto era un lugar donde ondeaban las banderas. El siguiente era el lugar donde flechaban y en el séptimo estaban las fieras que devoraban los corazones. En el penúltimo se tenía que pasar por lugares estrechos llenos de piedras. El noveno era el lugar del eterno reposo de las almas.

Mural del Tlalocan Teotihuacán

Así al tener como base en estas creencias los mexicas para ayudar al difunto en el inframundo ponían junto al cadáver una serie de amuletos. Se depositaban alimentos y recipientes con agua, papeles amuleto que les servirían para atravesar las montañas y otras pruebas, se quemaban sus ropas para que no tuvieran frío al cruzar el viento helado, se sacrificaba un perro para que lo ayudara a cruzar el río, se le ponía en la boca una cuenta de precioso jade o chalchihuite para que la entregara a las fieras devoradoras de corazones, se le depositaban objetos preciosos o de gran valor para entregar como regalo a Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl, dioses del inframundo.  Además les hacían ofrendas a los 80 días y cada año, hasta los cuatro años que duraba el viaje al Mictlán.

Mictlantecuhtli
El Viejo y Mictlantecuhtli


De acuerdo al calendario católico el día primero de noviembre está dedicado a todos los santos y el día dos a los fieles difuntos; sin embargo en la tradición popular el día primero se dedica a los muertos niños, infantes fallecidos (que por siglos debieron ser muchos) y el día dos a los muertos grandes o adultos. Esta división de las festividades en niños y adultos tienen también un origen prehispánico; en las costumbres mexicas existían dos fechas dedicadas a recordar y honrar a los muertos, el miccailhuitontli o fiesta de los muertecitos que conmemoraban el noveno mes de su calendario y la fiesta de los muertos adultos que se celebraba en el décimo mes del año. Así en la tradición popular vemos que se celebran muertos grandes y chicos, no todos los santos y fieles difuntos.

En los hogares mexicanos el día 31 de octubre se empieza a preparar la ofrenda para los “muertos chiquitos”, esta ofrenda se recoge en la noche del día primero de noviembre y en su lugar se coloca la segunda ofrenda, la de los muertos adultos que se mantiene hasta el día dos por la noche. Estos ofrecimientos nos recuerdan a los prehispánicos, tanto en su división, como en los elementos que las integran. Cabe decir que las costumbres aquí mencionadas se dan en la parte centro sur del país, lugares con una población indígena importante; en la región norte el culto a los muertos es sencillo o inexistente.

Altar en Querétaro





Las ofrendas de días de muertos se colocan en el hogar en pequeños altares improvisados en mesas de uso diario, éstas se cubren con manteles, papel picado o en algunas regiones con hoja de plátano o petates de tule. Toda ofrenda debe llevar flores, la más importante o tradicional es el cempasúchil o flor de muertos, pero también terciopelo, flor de obispo, mano de león, nube, gladiola, margarita o nardo. Además se colocan ceras, es decir velas, veladoras o cirios. Se ofrecen también alimentos que hayan sido del gusto del difunto, colocados en ollas y chiquihuites. Se ofrendan frutas diversas, al natural o preparadas. No falta el mole, calabaza en tacha, elotes, chayotes, chocolate, atole, gordas de maíz, tortillas, las calaveras de azúcar y el pan de muerto. Se debe colocar agua y sal. En ofrendas de adultos se incluyen a veces bebidas alcohólicas como aguardiente, tequila, mezcal, pulque o cerveza. Se ofrendan también cigarrillos o puros. En algunos lugares colocan imágenes de santos y las fotografías de los difuntos. En los altares de los muertitos del día primero debe predominar el color blanco, como símbolo de pureza de los angelitos y obviamente la cantidad de dulces será mayor, incluso se colocan juguetes en este tipo de ofrendas. En los altares se quema incienso o copal y hay quien recibe las almas de los difuntos con música. La variedad de elementos en las ofrendas es muy amplia; en cada región son diferentes las costumbres y sobre todo el contenido comestible, pues es de todos conocida la riqueza de la cocina mexicana. Hay muchos tipos de mole, pozole, tamales, tacos, guisados, empanadas, bebidas y dulces.

Orgullo mexicano

La alumbrada

Altar en museo

Altar en escuela

Sencillo altar
Como en la época prehispánica, la celebración de muertos coincide con la temporada de cosecha, así, en los altares se recuerda a los difuntos y se comparte con ellos los frutos del ciclo agrícola que termina.  Las ofrendas de días de muertos son apenas una parte de las tradiciones o ritos de esos dos días; también están la alumbrada, la visita al camposanto, el arreglo de las tumbas o la reunión familiar para consumir los alimentos de la ofrenda y recordar a los muertos. Nuestra fiesta de muertos no solo es muy compleja, sino también de origen milenario, de raíces muy profundas. No debemos permitir que este rico legado se olvide o desaparezca, ni mucho menos que se cambie por costumbres ajenas. Las ofrendas de muertos se hacen ya en las escuelas, en las plazas públicas, en los centros comerciales, pero su verdadero y legítimo lugar es en el hogar y dedicada a los difuntos familiares. Yo invito a los lectores a preservar esta tradición en casa, no importa que sencilla sea: un alimento, una vela y un retrato. Ayudemos a que nuestra rica y única cultura sobreviva estos tiempos de globalización.

No hay comentarios: