La Sierra Gorda
En los dos últimos días de mis vacaciones de verano (2007) tuve la oportunidad de hacer una rápida visita a la afamada Sierra Gorda, región montañosa de Querétaro y uno de sus principales atractivos turísticos. No tenía planeada la visita, pero en esos días vinieron a la ciudad de Querétaro antiguos vecinos de San Bartolo Ameyalco y que ahora viven en Mc Allen, Texas (Claudia y Juan Carlos de la Garza). Ellos habían dejado a sus tres hijos en un campamento de verano en San Juan del Río y tenían un par de días para pasear por Querétaro y sus alrededores. La tarde del lunes nos reunimos y decidimos hacer una rápida visita a la Sierra Gorda, en el par de días de los que disponíamos, yo también, pues ese jueves volvía a la oficina, tras dos semanas de descanso. Hablamos al Hotel Misión en Jalpan y no había ya lugar para la noche del martes, pero encontramos un par de habitaciones en el hotel Misión Concá. Así que hicimos las reservaciones y partimos rumbo a la Sierra Gorda el martes por la mañana.
Aunque Jalpan, la primera misión y la entrada a la región se encuentra a casi 200 kilómetros de Querétaro el viaje toma cerca de tres horas y media por lo sinuoso del camino. No sólo hay que subir mucho, también circular despacio por las múltiples curvas y camiones que se encuentran y los cuales es a veces difícil rebasar. Por suerte todos nos fuimos en una gran camioneta que traían los De la Garza, la cual manejó Juan Carlos y así pude ver el magnífico panorama todo el viaje. Ya nosotros habíamos recorrido casi 120 kilómetros del camino hace como seis meses. Habíamos llegado hasta Peña Blanca y visto lo árido y triste del paisaje, pero esta vez fue diferente, los inicios de la sierra estaban de un inusual y tímido verde por la temporada de lluvias. Parecía una región completamente diferente a aquella que habíamos recorrido meses antes. Iniciamos el ascenso entre magníficas barrancas y montañas, pero llegó el punto donde los cerros, por ser ya un clima diferente, empezaron a cubrirse de bosque semitropical o templado. Vaya que cambió el panorama, recorríamos ahora un tupido bosque. Seguimos el ascenso y pronto el paisaje se llenó de neblina, temperatura más baja y un asombroso bosque de coníferas. Antes de llegar a Pinal de Amoles, población que se encuentra casi en la parte más alta del recorrido, la carretera pasa por el corte muy estrecho y alto hecho en un cerro y tras del cual se ve sólo neblina y parece que se acaba el camino, pues este desciende más allá de la vista. Al lugar le llaman La puerta del cielo y tal pareciera que la carretera entra directamente a los dominios de San Pedro. Unos cuantos kilómetros más adelante está la serrana, fría y nebulosa población de Pinal de Amoles. Es pequeña, rodeada de un asombroso bosque, montada en grandes desniveles y de clima algo frío. Más tarde averiguaríamos que en marzo de este mismo año había nevado ahí. Pasamos sin detenernos, tratando de llegar lo antes posible a Jalpan para comer, pues por aquello de las muchas curvas no nos habíamos alimentado lo suficiente. El descenso fue de nuevo interesante, vimos el cambio de clima templado a uno subtropical y sin llegar al semidesértico pues la Sierra Gorda está ya en la verde y exuberante Huasteca.
Llegamos a Jalpan, sede de una de las famosas misiones de la sierra y me sorprendió su tamaño, pensaba que sería un poco más pequeña o modesta, pero luego reflexioné que no podría serlo, encontrándose en un tan magnífico valle con agua abundante y clima caluroso. Buscamos un restaurante en el cual recuperarnos del hermoso pero hambriento viaje. Había yo leído que un platillo típico de la sierra era la cecina y ahí lo comprobamos, pues aunque el menú era muy variado, había huevos con cecina, chilaquiles con cecina, enfrijoladas con cecina, cecina como plato fuerte y enchiladas queretanas acompañadas de cecina. Tras la comida visitamos el conjunto arquitectónico de la misión. De nuevo me sorprendí, no tanto por su belleza sino por su tamaño y solidez. Yo conocía ya edificios misionales, tanto en Nuevo México, como en Baja California, Sinaloa y Sonora y todos aquellos son mucho más modestos pequeños que estos de la Sierra Gorda. Las misiones de la Sierra Gorda que visité no eran sencillas, tenían hermosas portadas barrocas y todos acompañados de una pequeña construcción anexa que me recordaron más a conventos del siglo XVI en centro y sur del país, que misiones de lugares remotos o aislados. Obviamente las hermosas portadas barrocas no eran de piedra como la de regiones menos aisladas y prósperas, sino de barro o yeso policromado. En su interior la decoración era más modesta y con aspiraciones neoclásicas, ya no barrocas. Altares o retablos de yeso o barro que pretendían ser clásicas columnas, frontones y cornisas de piedra. En la misión de Landa, todo el retablo principal estaba simulado no con yeso sino con una ingeniosa pintura en perspectiva sobre la pared. Pero lo modesto de los materiales le da a estas portadas una belleza muy original, llena de coloridos tonos rojos, amarillos y ocres que me recordaron la también modesta pero colorida portada de Santa María Tonantzintla en Puebla.
Luego de nuestra primera visita a una misión, nos trasladamos a Concá que debe estar a unos 30 kilómetros de Jalpan. Llegamos al hotel a registrarnos y descansar un rato. Las niñas ni tardas ni perezosas se cambiaron y se metieron a la alberca. El hotel Misión Concá está en lo que alguna vez fue la hacienda del lugar. Algunos de sus edificios se ven antiguos, casi coloniales, pero la mayoría son más recientes o incluso modernos. Más allá de su comodidad, se impone su belleza pues los edificios se encuentran dispersos entre grandes y viejos árboles y variada vegetación. Antes de caer la noche visitamos ya con poca luz la misión de Concá (pero se escribe con C, una broma) quizá la más modesta de las tres que visité, pero muy parecida a las demás. Cenamos y antes de dormir jugamos lotería por casi una hora. Esa noche descansamos a pesar del calor que se sentía en las habitaciones y que en poco aliviaba un gran ventilador en el techo o la ventana abierta.
A la mañana siguiente tras el desayuno, nos encaminamos a la misión de Landa de Matamoros que está a unos 20 kilómetros pasando Jalpan. Por el lugar en que se encuentra y lo bien conservada que está, ésta fue para mi la más hermosa. Tiene un perfecto atrio, también una especie de convento anexo, pero además estaba recién pintada. Su interior lleno de luz y decorado con grandes medallones de arcángeles. Estas misiones fueron fundadas en el siglo XVIII por el famoso fray Junípero Serra, quien luego de la expulsión de los jesuitas en 1767, se marchó a la Baja California a suplir a los recién expulsados y desde ahí extendió el sistema misional fundando nuevos establecimientos franciscanos en la Alta California, ahora Estados Unidos. Tras esta visita iniciamos el regreso, ya no visitamos las dos misiones restantes Tancoyol y Tilaco. Unos kilómetros delante de Jalpan nos desviamos unos cuatro kilómetros de la carretera para visitar la cascada de Chuveje. Hay un angosto camino de casi tres kilómetros y la última parte del recorrido se tiene que hacer caminando por una vereda. El paseo fue magnífico, la vereda no tenía lodo a pesar de la temporada y serpenteaba a lado de una cañada, al final de la cual estaba la cascada. Aquello era todo sensual verdor, exhuberancia y belleza. El recorrido fue para mi más agradable que la misma cascada, por suerte había algo de nubes, con lo que el calor no fue tanto, no había mosquitos, ni lodo, por lo que la caminata resultó en extremo placentera. No es lo mismo ver la vegetación y el verdor desde la carretera o las poblaciones, que adentrase en ella.
En el camino de regreso nos detuvimos en Pinal de Amoles, pues habíamos leído en una guía de la revista México Desconocido que una señora de nombre doña Raquel elaboraba ahí licores de frutas, así como dulces típicos. Preguntamos en la pequeña población y rápido dimos con la casa en cuestión. Nos recibió doña Elisa, hija de doña Raquel en una hermosa casa con un patio cubierto a manera de invernadero lleno de coloridas flores. Ahí probamos vinos o licores no muy fuertes, de manzana, de canela, de “niebla”, el especial, de anís y otras combinaciones. También probamos algunos dulces o ates de manzana, membrillo y calabaza. Fue una visita muy interesante y agradable de la cual salimos con una provisión de dulces y licores. El regreso fue más tranquilo y sin sentir tanto ya lo sinuoso del camino. Recorrer bien la Sierra Gorda Queretana necesita de al menos tres o cuatro días, pero este viaje relámpago fue sin duda magnífico y una primera exploración que deja pendiente otro viaje.
En los dos últimos días de mis vacaciones de verano (2007) tuve la oportunidad de hacer una rápida visita a la afamada Sierra Gorda, región montañosa de Querétaro y uno de sus principales atractivos turísticos. No tenía planeada la visita, pero en esos días vinieron a la ciudad de Querétaro antiguos vecinos de San Bartolo Ameyalco y que ahora viven en Mc Allen, Texas (Claudia y Juan Carlos de la Garza). Ellos habían dejado a sus tres hijos en un campamento de verano en San Juan del Río y tenían un par de días para pasear por Querétaro y sus alrededores. La tarde del lunes nos reunimos y decidimos hacer una rápida visita a la Sierra Gorda, en el par de días de los que disponíamos, yo también, pues ese jueves volvía a la oficina, tras dos semanas de descanso. Hablamos al Hotel Misión en Jalpan y no había ya lugar para la noche del martes, pero encontramos un par de habitaciones en el hotel Misión Concá. Así que hicimos las reservaciones y partimos rumbo a la Sierra Gorda el martes por la mañana.
Aunque Jalpan, la primera misión y la entrada a la región se encuentra a casi 200 kilómetros de Querétaro el viaje toma cerca de tres horas y media por lo sinuoso del camino. No sólo hay que subir mucho, también circular despacio por las múltiples curvas y camiones que se encuentran y los cuales es a veces difícil rebasar. Por suerte todos nos fuimos en una gran camioneta que traían los De la Garza, la cual manejó Juan Carlos y así pude ver el magnífico panorama todo el viaje. Ya nosotros habíamos recorrido casi 120 kilómetros del camino hace como seis meses. Habíamos llegado hasta Peña Blanca y visto lo árido y triste del paisaje, pero esta vez fue diferente, los inicios de la sierra estaban de un inusual y tímido verde por la temporada de lluvias. Parecía una región completamente diferente a aquella que habíamos recorrido meses antes. Iniciamos el ascenso entre magníficas barrancas y montañas, pero llegó el punto donde los cerros, por ser ya un clima diferente, empezaron a cubrirse de bosque semitropical o templado. Vaya que cambió el panorama, recorríamos ahora un tupido bosque. Seguimos el ascenso y pronto el paisaje se llenó de neblina, temperatura más baja y un asombroso bosque de coníferas. Antes de llegar a Pinal de Amoles, población que se encuentra casi en la parte más alta del recorrido, la carretera pasa por el corte muy estrecho y alto hecho en un cerro y tras del cual se ve sólo neblina y parece que se acaba el camino, pues este desciende más allá de la vista. Al lugar le llaman La puerta del cielo y tal pareciera que la carretera entra directamente a los dominios de San Pedro. Unos cuantos kilómetros más adelante está la serrana, fría y nebulosa población de Pinal de Amoles. Es pequeña, rodeada de un asombroso bosque, montada en grandes desniveles y de clima algo frío. Más tarde averiguaríamos que en marzo de este mismo año había nevado ahí. Pasamos sin detenernos, tratando de llegar lo antes posible a Jalpan para comer, pues por aquello de las muchas curvas no nos habíamos alimentado lo suficiente. El descenso fue de nuevo interesante, vimos el cambio de clima templado a uno subtropical y sin llegar al semidesértico pues la Sierra Gorda está ya en la verde y exuberante Huasteca.
Llegamos a Jalpan, sede de una de las famosas misiones de la sierra y me sorprendió su tamaño, pensaba que sería un poco más pequeña o modesta, pero luego reflexioné que no podría serlo, encontrándose en un tan magnífico valle con agua abundante y clima caluroso. Buscamos un restaurante en el cual recuperarnos del hermoso pero hambriento viaje. Había yo leído que un platillo típico de la sierra era la cecina y ahí lo comprobamos, pues aunque el menú era muy variado, había huevos con cecina, chilaquiles con cecina, enfrijoladas con cecina, cecina como plato fuerte y enchiladas queretanas acompañadas de cecina. Tras la comida visitamos el conjunto arquitectónico de la misión. De nuevo me sorprendí, no tanto por su belleza sino por su tamaño y solidez. Yo conocía ya edificios misionales, tanto en Nuevo México, como en Baja California, Sinaloa y Sonora y todos aquellos son mucho más modestos pequeños que estos de la Sierra Gorda. Las misiones de la Sierra Gorda que visité no eran sencillas, tenían hermosas portadas barrocas y todos acompañados de una pequeña construcción anexa que me recordaron más a conventos del siglo XVI en centro y sur del país, que misiones de lugares remotos o aislados. Obviamente las hermosas portadas barrocas no eran de piedra como la de regiones menos aisladas y prósperas, sino de barro o yeso policromado. En su interior la decoración era más modesta y con aspiraciones neoclásicas, ya no barrocas. Altares o retablos de yeso o barro que pretendían ser clásicas columnas, frontones y cornisas de piedra. En la misión de Landa, todo el retablo principal estaba simulado no con yeso sino con una ingeniosa pintura en perspectiva sobre la pared. Pero lo modesto de los materiales le da a estas portadas una belleza muy original, llena de coloridos tonos rojos, amarillos y ocres que me recordaron la también modesta pero colorida portada de Santa María Tonantzintla en Puebla.
Luego de nuestra primera visita a una misión, nos trasladamos a Concá que debe estar a unos 30 kilómetros de Jalpan. Llegamos al hotel a registrarnos y descansar un rato. Las niñas ni tardas ni perezosas se cambiaron y se metieron a la alberca. El hotel Misión Concá está en lo que alguna vez fue la hacienda del lugar. Algunos de sus edificios se ven antiguos, casi coloniales, pero la mayoría son más recientes o incluso modernos. Más allá de su comodidad, se impone su belleza pues los edificios se encuentran dispersos entre grandes y viejos árboles y variada vegetación. Antes de caer la noche visitamos ya con poca luz la misión de Concá (pero se escribe con C, una broma) quizá la más modesta de las tres que visité, pero muy parecida a las demás. Cenamos y antes de dormir jugamos lotería por casi una hora. Esa noche descansamos a pesar del calor que se sentía en las habitaciones y que en poco aliviaba un gran ventilador en el techo o la ventana abierta.
A la mañana siguiente tras el desayuno, nos encaminamos a la misión de Landa de Matamoros que está a unos 20 kilómetros pasando Jalpan. Por el lugar en que se encuentra y lo bien conservada que está, ésta fue para mi la más hermosa. Tiene un perfecto atrio, también una especie de convento anexo, pero además estaba recién pintada. Su interior lleno de luz y decorado con grandes medallones de arcángeles. Estas misiones fueron fundadas en el siglo XVIII por el famoso fray Junípero Serra, quien luego de la expulsión de los jesuitas en 1767, se marchó a la Baja California a suplir a los recién expulsados y desde ahí extendió el sistema misional fundando nuevos establecimientos franciscanos en la Alta California, ahora Estados Unidos. Tras esta visita iniciamos el regreso, ya no visitamos las dos misiones restantes Tancoyol y Tilaco. Unos kilómetros delante de Jalpan nos desviamos unos cuatro kilómetros de la carretera para visitar la cascada de Chuveje. Hay un angosto camino de casi tres kilómetros y la última parte del recorrido se tiene que hacer caminando por una vereda. El paseo fue magnífico, la vereda no tenía lodo a pesar de la temporada y serpenteaba a lado de una cañada, al final de la cual estaba la cascada. Aquello era todo sensual verdor, exhuberancia y belleza. El recorrido fue para mi más agradable que la misma cascada, por suerte había algo de nubes, con lo que el calor no fue tanto, no había mosquitos, ni lodo, por lo que la caminata resultó en extremo placentera. No es lo mismo ver la vegetación y el verdor desde la carretera o las poblaciones, que adentrase en ella.
En el camino de regreso nos detuvimos en Pinal de Amoles, pues habíamos leído en una guía de la revista México Desconocido que una señora de nombre doña Raquel elaboraba ahí licores de frutas, así como dulces típicos. Preguntamos en la pequeña población y rápido dimos con la casa en cuestión. Nos recibió doña Elisa, hija de doña Raquel en una hermosa casa con un patio cubierto a manera de invernadero lleno de coloridas flores. Ahí probamos vinos o licores no muy fuertes, de manzana, de canela, de “niebla”, el especial, de anís y otras combinaciones. También probamos algunos dulces o ates de manzana, membrillo y calabaza. Fue una visita muy interesante y agradable de la cual salimos con una provisión de dulces y licores. El regreso fue más tranquilo y sin sentir tanto ya lo sinuoso del camino. Recorrer bien la Sierra Gorda Queretana necesita de al menos tres o cuatro días, pero este viaje relámpago fue sin duda magnífico y una primera exploración que deja pendiente otro viaje.