jueves, 5 de mayo de 2011

Más árboles.



































La ceiba.
Hace algunas semanas recorrí el norte del estado de Veracruz; visité sus playas, disfruté mucho su magnífica comida y redescubrí la zona arqueológica del Tajín. Desde mi visita anterior, hace quizá 15 años, no sólo han construido un museo de sitio, también han excavado y restaurado nuevas estructuras. La región se ha desarrollado mucho turísticamente desde que se realiza cada primavera la Cumbre Tajín, Festival de la identidad. Hay no sólo más servicios turísticos, hoteles, restaurantes, atractivos diversos, también recorrí dos nuevas supercarreteras que facilitan la llegada a la región desde los estados de Hidalgo o Puebla. Otro importante atractivo del paisaje regional fueron sus árboles (véase Tesoros vivientes, agosto 2010); el caluroso y húmedo clima favorece sin duda a la vegetación. Me imagino algunos de ellos cubriendo con sus gigantescas copas una casa por entero. A lo largo de mi recorrido y desde mi automóvil, admiré y fotografié algunos. Ya en el camino de vuelta vi una magnífica ceiba en lo alto de una colina y decidí detenerme para tratar de llegar a ella. Estaba muy cerca de Tlapacoyan, a unos cuantos cientos de metros de la Cascada del Encanto. No era muy grande, pero definitivamente majestuosa. Las autoridades o los vecinos la habían protegido con una cerca y que bueno que así sea, pero no pude abrazarla, apenas tocar alguna de sus largas y protuberantes raíces que llegaban hasta fuera del cercado. Su belleza me emocionó, era como contemplar una obra de arte clásica, pero viviente. La vida en la ceiba era por partida doble, pues en lo alto de su copa habían colgando al viento varios de los extraordinarios nidos que teje el ave conocida en la región como Papán Real u Oropéndola. Estuve apenas algunos minutos frente a esta ceiba, pero fue de las partes más emocionantes y memorables del viaje. Insisto que se debería pasar legislación para proteger estos tesoros vivientes.




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