La gula.
El pasado mes de junio (2007) estuvo a visitarme Armando, mi sobrino y padrino de mi hija mayor Ana Violeta. Venía a la fiesta del final de los estudios de primaria de Ana. Primero hubo una misa y luego un desayuno en un patio de la exhacienda de Juriquilla. La fiesta me gustó mucho pues no fue la elegante, acartonada y supuestamente solemne cena baile, sino algo sencillo, sobre todo atractivo y muy divertido para aquellos que debían celebrar. Al final del desayuno los niños podían hacer uso de la alberca del hotel y así lo hicieron por casi tres horas, divirtiéndose mucho, mientras los padres platicaban en una muy larga sobremesa.
Al día siguiente Armando, su esposa, hijo y otro sobrino debían regresar a la ciudad de México, pero antes desayunar sin perder la oportunidad de probar algo de lo mejor de la comida queretana. Por algunos minutos nos preguntamos qué lugar sería el mejor. Fue cuando vino a mi mente el restaurante Los Correa, que se encuentra a escasos 500 metros de nuestro hogar y que nunca habíamos visitado, pero del cual habíamos oído algunos comentarios. Es un restaurante de comida mexicana, que prepara muy variados platillos, pero cuyas especialidades son las carnitas y la barbacoa. Alguno de mis estudiantes me había comentado sobre los grandes cazos que ahí había para preparar carnitas y algunos otros mencionaban el lugar cuando comentábamos el tema de buenos tacos. El lugar me recordó un poco al restaurante del sur de la ciudad de México, Arroyo, claro mucho más pequeño pero también rústico. Tiene un amplio estacionamiento y en la parte posterior un espacio para almacenar leña, pencas de maguey y dos grandes hoyos para prepara la barbacoa. El restaurante es un gran salón, en el cual incluso hay un estrado para música o baile, pues seguramente se usa para fiestas y banquetes. Todas sus altas paredes están decoradas con más de un centenar de radios antiguos, aquellos radios superheterodinos o de bulbos, algunos del tamaño de un mueble, otros del tamaño de una caja de galletas. Hay también fotografías antiguas. Las mesas y asientos son de madera y cuero, del tipo llamados equipales, muy cómodos y atractivos. Al frente del establecimiento hay un salón de grandes ventanales, a través de los cuales se pueden ver tres gigantescos cazos donde se preparan las carnitas, ahí está también una caja y un mostrador, pues en esa parte se venden carnitas, barbacoa, consomé, arroz, frijoles, pollos y muchas otras cosas para llevar a casa. Al llegar al restaurante vi grandes letreros que anunciaban que ese día había buffet tanto para el desayuno como para la comida y que el primero de estos tenía un precio de 90 o 95 pesos por persona. Pensé que el costo para nuestro grupo sería muy alto y no del todo aprovechado, pues a veces mis hijas comen muy poco. Pero ya estando ahí entramos a conocer el lugar y sus especialidades. La sorpresa fue muy agradable, al centro del salón estaban las mesas y en los márgenes de mismo había muchos pequeños puestos, parecidos a los de una kermés o feria. En ellos se servían muy diversos platillos. En uno había fruta muy fresca y varios jugos naturales. En otro puesto había yogurt, cereales y pan de dulce. Más adelante había hot cakes y preparaban huevos al gusto. En un rincón estaban un par de señoras echando tortillas a mano y poniéndolas en tortilleros para que los comensales o meseros las tomaran. En una charola había distintos tipos de chiles, tomates, jitomates asados, ajos y cebollas y varios molcajetes; al iniciarse el desayuno de cada grupo un mesero hacía en uno de los molcajetes una salsa con los ingredientes que se desearan y la dejaba en la mesa. En otro puesto había pozole, panza, consomé de barbacoa o sopas. Más allá un pequeño cazo con carnitas del que se podía pedir lo que se deseara: oreja, buche, cuerito, maciza, hígado, que ahí mismo se picaba sobre un tronco de madera para hacer prepararse unos taquitos. En otro lugar había también diversas partes de barbacoa que se pedía al gusto y un muy rico guisado de carne de chamorro en una especie de adobo. Uno podía levantarse a revisar lo ofrecido o solicitarlo a los múltiples y atentos meseros. Había muchos otros platillos así como postres, pero no todo vi, ni puedo recordar.
Variedad, cantidad, aromas, sabores y servicio fueron abrumadores y empecé a pensar que 95 pesos por todo esto era una ganga. Todo lo que probé me gustó, tiene calidad, pero para nosotros los golosos tragones, la idea de abundante y variada comida a nuestro alcance, es en cierta forma en una especie de salsa que convierte a todos los platillos en algo todavía más delicioso. ¡Que lugar! El cielo en la tierra, efímero paraíso que dura apenas una hora o poco más, hasta que se llena uno. Pero ya he planeado mi estrategia para prolongar el placer en mi próxima visita, probar todo en muy pequeñas porciones y comer ante todo con mucha calma, masticando bien y disfrutando al máximo el momento.
El pasado mes de junio (2007) estuvo a visitarme Armando, mi sobrino y padrino de mi hija mayor Ana Violeta. Venía a la fiesta del final de los estudios de primaria de Ana. Primero hubo una misa y luego un desayuno en un patio de la exhacienda de Juriquilla. La fiesta me gustó mucho pues no fue la elegante, acartonada y supuestamente solemne cena baile, sino algo sencillo, sobre todo atractivo y muy divertido para aquellos que debían celebrar. Al final del desayuno los niños podían hacer uso de la alberca del hotel y así lo hicieron por casi tres horas, divirtiéndose mucho, mientras los padres platicaban en una muy larga sobremesa.
Al día siguiente Armando, su esposa, hijo y otro sobrino debían regresar a la ciudad de México, pero antes desayunar sin perder la oportunidad de probar algo de lo mejor de la comida queretana. Por algunos minutos nos preguntamos qué lugar sería el mejor. Fue cuando vino a mi mente el restaurante Los Correa, que se encuentra a escasos 500 metros de nuestro hogar y que nunca habíamos visitado, pero del cual habíamos oído algunos comentarios. Es un restaurante de comida mexicana, que prepara muy variados platillos, pero cuyas especialidades son las carnitas y la barbacoa. Alguno de mis estudiantes me había comentado sobre los grandes cazos que ahí había para preparar carnitas y algunos otros mencionaban el lugar cuando comentábamos el tema de buenos tacos. El lugar me recordó un poco al restaurante del sur de la ciudad de México, Arroyo, claro mucho más pequeño pero también rústico. Tiene un amplio estacionamiento y en la parte posterior un espacio para almacenar leña, pencas de maguey y dos grandes hoyos para prepara la barbacoa. El restaurante es un gran salón, en el cual incluso hay un estrado para música o baile, pues seguramente se usa para fiestas y banquetes. Todas sus altas paredes están decoradas con más de un centenar de radios antiguos, aquellos radios superheterodinos o de bulbos, algunos del tamaño de un mueble, otros del tamaño de una caja de galletas. Hay también fotografías antiguas. Las mesas y asientos son de madera y cuero, del tipo llamados equipales, muy cómodos y atractivos. Al frente del establecimiento hay un salón de grandes ventanales, a través de los cuales se pueden ver tres gigantescos cazos donde se preparan las carnitas, ahí está también una caja y un mostrador, pues en esa parte se venden carnitas, barbacoa, consomé, arroz, frijoles, pollos y muchas otras cosas para llevar a casa. Al llegar al restaurante vi grandes letreros que anunciaban que ese día había buffet tanto para el desayuno como para la comida y que el primero de estos tenía un precio de 90 o 95 pesos por persona. Pensé que el costo para nuestro grupo sería muy alto y no del todo aprovechado, pues a veces mis hijas comen muy poco. Pero ya estando ahí entramos a conocer el lugar y sus especialidades. La sorpresa fue muy agradable, al centro del salón estaban las mesas y en los márgenes de mismo había muchos pequeños puestos, parecidos a los de una kermés o feria. En ellos se servían muy diversos platillos. En uno había fruta muy fresca y varios jugos naturales. En otro puesto había yogurt, cereales y pan de dulce. Más adelante había hot cakes y preparaban huevos al gusto. En un rincón estaban un par de señoras echando tortillas a mano y poniéndolas en tortilleros para que los comensales o meseros las tomaran. En una charola había distintos tipos de chiles, tomates, jitomates asados, ajos y cebollas y varios molcajetes; al iniciarse el desayuno de cada grupo un mesero hacía en uno de los molcajetes una salsa con los ingredientes que se desearan y la dejaba en la mesa. En otro puesto había pozole, panza, consomé de barbacoa o sopas. Más allá un pequeño cazo con carnitas del que se podía pedir lo que se deseara: oreja, buche, cuerito, maciza, hígado, que ahí mismo se picaba sobre un tronco de madera para hacer prepararse unos taquitos. En otro lugar había también diversas partes de barbacoa que se pedía al gusto y un muy rico guisado de carne de chamorro en una especie de adobo. Uno podía levantarse a revisar lo ofrecido o solicitarlo a los múltiples y atentos meseros. Había muchos otros platillos así como postres, pero no todo vi, ni puedo recordar.
Variedad, cantidad, aromas, sabores y servicio fueron abrumadores y empecé a pensar que 95 pesos por todo esto era una ganga. Todo lo que probé me gustó, tiene calidad, pero para nosotros los golosos tragones, la idea de abundante y variada comida a nuestro alcance, es en cierta forma en una especie de salsa que convierte a todos los platillos en algo todavía más delicioso. ¡Que lugar! El cielo en la tierra, efímero paraíso que dura apenas una hora o poco más, hasta que se llena uno. Pero ya he planeado mi estrategia para prolongar el placer en mi próxima visita, probar todo en muy pequeñas porciones y comer ante todo con mucha calma, masticando bien y disfrutando al máximo el momento.