miércoles, 27 de febrero de 2008

Cactáceas











Rincones queretanos.
El sábado 3 de marzo salí de paseo con la familia. Son muchas las carreteras que recorren el estado y hay pequeñas y variadas poblaciones a corta distancia una de otra. Fuimos a visitar la ciudad de Cadereyta y sus alrededores. Temprano salimos con la idea de aprovechar mejor el día. Pasamos por la peña de Bernal, como le llaman, aunque en castellano antiguo, bernal significa peña o peñón. Seguimos unos 40 kilómetros adelante y encontramos la ciudad de Cadereyta. La región se encontraba algo seca por la temporada, pero no es tan árida pues se ven muchos árboles y no sólo cactáceas como en otras partes del estado. En una de las orillas de la población, justo tras un gran estanque que antes servía para abastecer de agua a la ciudad y que es conocido como el Pilancón, se encuentra la Quinta Fernando Schmoll. Este lugar que existe desde principios del siglo pasado es un vivero donde se conservan, se reproducen y se venden cientos de especies de cactáceas y plantas suculentas (llamadas así no por su sabor, sino por tener hojas muy gruesas y carecer de espinas). El iniciador de esta magnífica colección fue obviamente el señor Schmoll junto con su esposa la bióloga Carolina Wagner. Hoy opera el lugar la cuarta generación de esta familia. Al entrar yo no iba muy entusiasmado, pero la visita resultó muy interesante y entretenida, incluso mis hijas se emocionaron ante la belleza y singularidad del lugar. Hay varios invernaderos donde se cuidan exóticas especies o donde se reproducen muchas variedades de cactáceas y al fondo del lugar hay un gran jardín lleno de este tipo de flora. Al final del recorrido se pueden compra pequeñas macetas con una o varias cactáceas muy bien arregladas. Hay también una biblioteca con obras sobre el tema y un renombrado restaurante que prepara algunos platos con cactáceas. En Cadereyta acaban de estrenar un parador turístico con locales donde se venden artesanías de la región, pero todavía hay muchos locales vacíos. Venden talabartería pitiada, como en mucho lugares de México, algunos curiosos objetos de piedra pómez y también artículos hechos de mármol; Lo malo de esta última artesanía es que lo que se vende son cruces y floreros como para tumbas, macabro souvenir.
De Cadereyta nos dirigimos a buscar un lugar llamado La isla a unos 30 kilómetros de distancia. Habíamos leído sobre el lugar en una guía de la revista México Desconocido. Alguien no había comentado sobre la impresionante presa de Zimapán, en la frontera entre Querétaro e Hidalgo. En el camino vimos algunos letreros que decían que dicha presa se encontraba a unos 35 kilómetros adelante y dada la cercanía decidimos visitarla. La carretera empezó a descender y era claro que bajábamos hacia la presa, pero parecía extraño que nos acercáramos a un gran cuerpo de agua y que los cerros se veían cada vez más secos. Saliendo de una curva vimos por fin el impresionante lago que se forma tras la cortina de la presa. Parecía tener más de cinco kilómetros de largo y era obvio que su dimensión se extendía más allá de unos cerros que obstruían la vista. Seguimos bajando por la carretera para tratar de llegar a la presa o algún lugar donde pudiéramos descender al lago. La carretera entró en un larguísimo túnel de mil seiscientos metros. Es tan largo que me puse algo ansioso buscando la luz al otro extremo, pero tan pronto adivine la salida me sorprendí del ver una gigantesca pared de roca de 60 o más metros de altura. La cortina de la presa está construida al final de ese primer túnel En un magnífico cañón de roca pura, que en la cortina no tiene más de 60 metros de ancho. Esa presa recibe las aguas del rió San Juan de Querétaro y del río Tula de Hidalgo para convertirse en el río Moctezuma e ir a desembocar hasta el golfo de México. Después de la cortina, la carretera pasa por otros dos túneles, uno como de un kilómetro de largo y el otro menor. Al final de los túneles hay una embarcadero junto a la carretera, donde venden pescado, dan paseos en lancha y se pueden botar lanchas particulares. Opera también ahí una cooperativa pesquera que saca del lago varias toneladas de pescado al año. Nos tocó ver como pesaban cajas llenas de pescados y las subían en camionetas. Al parecer la presa es un muy buen sitio para pescar y cada año se celebra ahí un gran concurso de pesca de lobina. Siguiendo la carretera a Pachuca está ya a unos cien kilómetros adelante. Pero nosotros regresamos hacia Querétaro y a visitar La Isla.
Dzimbanza o la Isla es un sitio turístico poco conocido o visitado. Al parecer fue desarrollado por la Secretaría de Turismo, pero no ha de tener suficiente promoción, pues pocos lo conocen o lo visitan. Se llega a través de un camino empedrado de casi 20 kilómetros de largo, vía seguramente recién construida pues está en muy buenas condiciones. Dentro de un lago, creado con una presa sobre el río San Juan, hay una pequeña isla donde han construido ocho cabañas, cocina, comedor, baños y una pequeña alberca. Es un lugar muy hermoso pues aunque la región es muy seca, han sembrado pasto y muchas plantas. Para llegar a este pequeño hotel es necesario tomar una lancha y recorrer aproximadamente 600 metros por el lago. El día que la visitamos no había una sola cabaña ocupada y apenas unos cuantos pescadores en la zona. También ahí realizan torneos de pesca de lobina y hay un muelle para botar pequeñas lanchas de pesca. Una cooperativa administra el lugar turístico y pescan también comercialmente en las aguas del lago. A la orilla del lago hay un restaurante y albergue, administrado por la misma cooperativa. En la planta baja está un restaurante sencillo pero muy limpio, con cerca de ocho o diez mesas y en la parte alta hay una gran habitación con literas. Este albergue es utilizado por pescadores que seguro pernoctan ahí para iniciar su día de pesca casi de madrugada. Además el costo de una sencilla cama debe ser menor al de una cabaña en la isla. El lugar es muy tranquilo, lejos de ciudades o pequeñas poblaciones, así que sus cielos nocturnos deben de ser espectaculares. Visitamos la isla y luego comimos en el restaurante de la orilla, curiosamente no comimos pescado. El sol empezaba a declinar hacia el horizonte cuando emprendimos el regreso a nuestro hogar en la ciudad de Querétaro, cansados pero muy satisfechos y contentos por el interesante recorrido.

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